2009-01-06

El sentido de la fiesta de los Reyes

La fiesta de los que buscan

La fiesta de hoy es la fiesta del encuentro del hombre con ese Dios humano que es Jesús Niño. Los magos eran sabios que buscaban el sentido del universo tras el conocimiento y la ciencia. Y en su búsqueda encuentran un bebé. La estrella que los guía sólo se detiene ante un niño.

Esta es la fiesta de todas aquellas personas, incluso no creyentes, que buscan insistentemente y no se rinden. Indagan para encontrar el sentido a la vida, y Dios lo revela en su plenitud. Es la búsqueda de Dios y también es la espera de Dios, que aguarda al hombre. Esta fiesta interpela a los científicos. Detrás de la hermosura del universo y de las fórmulas matemáticas se esconde nada menos que un niño pequeño. Descubren, al final, la humildad. Es un gran hallazgo: sin humildad, el horizonte de toda búsqueda nunca será claro.

En su búsqueda de la felicidad humana, los magos llegan hasta Dios, que es la fuente misma del amor. Una búsqueda que no vaya orientada a lo que hace feliz al ser humano, a su bien, a su servicio, será estéril o inútil. La ciencia debe estar al servicio del amor, del bien y de las personas. Cuántas veces idolatramos otras cosas, incluso a nosotros mismos. Es el Niño Dios a quien debemos dar culto, pues sólo él nos ayudará a encontrar lo que buscamos.

Los cristianos ya hemos encontrado la estrella, que ya ilumina la Iglesia. Es una estrella diferente: la del amor, la caridad. Hemos de ser estrella, foco, luz. Antes fuimos como los magos, buscamos y alguien –una madre, un catequista, un sacerdote... – nos guió hasta encontrarnos con Jesús. ¡Qué dicha más grande! Dios se hace vida y ahora se nos hace presente para siempre a través de la Eucaristía. La luz de Dios se convierte en alimento, en vida espiritual. Recemos por las gentes que buscan y no encuentran, errando por el camino, hundidas en el abismo existencial, intentando hallar un sentido a su vida. Nosotros tenemos la dicha de haberla encontrado.

El sentido cristiano del regalo

Los tres regalos de los magos a Jesús simbolizan diferentes aspectos de la vida humana. El oro es el valor del esfuerzo, del trabajo, de los bienes materiales. El incienso significa la vida espiritual, la proyección hacia el trascendente, hacia el infinito. La mirra, hierba aromática empleada para la curación, es signo de la salud, necesaria para el servicio, el amor y el bienestar. La salud y el cuidado del cuerpo y del espíritu también son un gesto de generosidad hacia los demás.

Pero el gran regalo de esta fiesta es Dios, que se nos da. Nosotros también hemos de convertirnos en regalos para los demás. Podemos regalar tantas cosas que son necesarias para vivir: desde saber escuchar, caricias, ternura, amistad, compañía...

La sociedad parece querer arrebatar el sentido religioso de esta fiesta. Las compras compulsivas y el ritmo que se impone en la calle nos arrastran. Ojalá muchos esfuerzos que se dedican a comprar regalos se gastaran en algo que valga la pena. Invirtamos en aquello que realmente hace feliz a la persona. En regalo expresa algo más que el simple objeto: es señal de cariño. Pero lo más importante no son las cabalgatas y los regalos, sino descubrir que nuestro tiempo también debe convertirse en un regalo para los demás. No perdamos el sentido religioso de esta fiesta. Estamos celebrando precisamente la humildad de Dios, que se hace niño. Celebramos su sencillez y sobriedad, la pobreza. En cambio, caemos en la vorágine y el culto consumista, que nos roban con un zarpazo el sentido de la fiesta.

El mejor regalo es dedicar tiempo a los que amamos: nuestra familia, nuestros amigos, nuestra comunidad... Se está paganizando una fiesta religiosa. No olvidemos que estamos celebrando que Dios entra en nuestra vida: esto es lo más importante.

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