Llegó Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo, sino enrollado aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Jn 20, 1-9.
El núcleo de nuestra fe
Hoy celebramos la fiesta de todas las fiestas. En todo el mundo, estalla la alegría del acontecimiento pascual: Cristo ha resucitado de entre los muertos.
Este acontecimiento es el núcleo de nuestra fe. De ahí parte nuestro ser cristiano. Pero, ¿qué significa que Cristo ha resucitado? Significa que nosotros también estamos llamados a resucitar con él. Nuestra vida, a partir de ahora, tendrá más sentido que nunca. Ni el dolor, ni la tristeza, ni el miedo a morir, jamás nos abatirán. Con su resurrección, Jesús nos abre las puertas de la vida eterna, que ya experimentamos aquí, ahora.
Estos días pasados hemos meditado el camino de la cruz, su sufrimiento y su muerte. Pero hoy exultamos de júbilo porque al Jesús histórico de la cruz Dios Padre lo ha resucitado.
Nuestro itinerario cristiano
Nuestro itinerario como cristianos ha de ser éste: ir muriendo poco a poco al hombre viejo, rechazando el egoísmo, e irnos instalando en la caridad, para convertirnos en hombres nuevos. Hemos de ir transformando nuestra vida en la vida de Jesús. Su unión íntima con el Padre le llevará a vencer la muerte. De la misma manera, todos estamos llamados a revivir ese gran acontecimiento. Así, nos convertimos en auténticos cristianos pascuales. Todo nuestro yo ha de transpirar la fuerza del resucitado. Nuestras manos han de ser acogedoras, nuestros pies han de caminar hacia el necesitado; nuestros labios han de comunicar la alegría de Dios a los demás. Pero por encima de todo, nuestra alma y nuestro corazón tienen que ser eminentemente pascuales. Con Jesús resucitado, llega el momento de instalarnos definitivamente en la alegría y alejarnos del pesimismo y del abatimiento. Como dice San Pablo, esperamos con Cristo y resucitamos con él. Ni el dolor ni la tristeza han de quitarnos el gozo existencial de saber que un día resucitaremos.
La tumba vacía: signo de resurrección
El relato de san Juan está lleno de belleza y de un profundo mensaje pascual. María Magdalena va temprano al sepulcro. Se pone en camino, ella que ha sentido un profundo amor liberador, para embalsamar con ternura el cuerpo de su maestro. Pero se encuentra con la gran sorpresa de que su cuerpo no está en el sepulcro. Desolada, va a comunicar lo sucedido a los discípulos.
Para los judíos, el sepulcro vacío es un signo que apunta hacia la resurrección. Pedro y Juan corren hacia allí. En esa tumba vacía ya perciben algo, y las escrituras que predecían la muerte y resurrección del Mesías comienzan a cobrar sentido para ellos. Por eso ven y creen. De la incertidumbre y la inquietud pasan a la esperanza.
Cuando estamos desconcertados por alguna desgracia, también nos lamentamos porque hemos perdido algo importante, al igual que María Magdalena, que creía haberlo perdido todo. Pero es junto al sepulcro vacío cuando empieza a nacer en ella un pálpito de que algo nuevo está aconteciendo. Ella, con Cristo, ha muerto ya a la mujer vieja y está a punto de convertirse en testigo privilegiado de su resurrección.
La alegría cristiana
Nuestra vida, como la de aquellos discípulos temerosos, también ha de pasar del catecumenado, siguiendo a Jesús, al encuentro. Hoy lo encontramos vivo, resucitado. A partir de ahora, hemos de vivir de otra manera, trascendida. Hemos de creer en la Vida con mayúsculas. Si en viernes santo hablábamos de no causar sufrimiento a nadie injustamente, hoy hemos de comprometernos a que la gente a nuestro alrededor tenga vida. Hemos de ayudar a que descubran que sólo amando de verdad se vive plenamente. La alegría ha de marcar nuestro talante, nuestra forma de ser. Hoy, pese a todo, hemos de alegrarnos y estar gozosos porque Cristo ha resucitado.
Hoy, más que nunca, hemos de decir sí a la vida. Sí a la vida, que significa sí a los demás, sí a la naturaleza, sí a la libertad, sí al amor, sí a Dios. Porque él es fuente y origen de nuestra vida.
Solo así alcanzaremos la auténtica felicidad.
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