Con la fiesta de Pentecostés cerramos el ciclo de Pascua. Siguiendo el itinerario de los apóstoles, hemos muerto con Jesús, hemos resucitado con él y ya estamos preparados para anunciar su mensaje a todo el mundo.
Estos tiempos litúrgicos nos llaman a los cristianos a profundizar en nuestra vida interior. ¿Sabemos morir a todo lo que nos frena en nuestro crecimiento, en nuestra vida espiritual? ¿Hemos dado el salto de resucitar, liberados de esos yugos, y de emprender una vida nueva, valerosa, sostenida en el amor de Cristo? ¿Estamos dispuestos a salir de nuestros hogares, de nuestras parroquias, del calor de la comunidad, para ofrecer al mundo lo que hemos recibido?
El Espíritu Santo, como el fuego, alienta en nosotros si lo alimentamos, si lo hacemos salir, si sabemos abrirnos a los demás y compartir nuestro mayor tesoro: un Dios amor que se nos da. No se entiende el ser cristiano si no salimos a proclamar nuestra fe, con palabras y obras. Jesús también nos envía a nosotros.
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