Domingo 12 Tiempo Ordinario -C-
Evangelio: Lc 9, 18-24
Cuando hablamos de Jesús, nos llegan muchos comentarios variados. Para los creyentes, la información más válida son los evangelios. Pero en nuestros días se ha escrito mucho sobre Jesús, a veces con errores, en medio de novelas y películas imaginativas que impulsan grandes negocios de ventas.
Para mucha gente, Jesús es un personaje histórico: un líder, una persona de valores, un hombre libre, entregado a los más desvalidos, un hombre de Dios, un revolucionario… Jesús, hoy, nos continúa preguntando: ¿quién dice la gente que soy yo?
¿Quién es Jesús para mí? Y no vale repetir expresiones aprendidas o respuestas de catecismo. La pregunta va más a fondo, hasta tocar aquella sabiduría que pasa por la experiencia del corazón, que afecta nuestra vida, nuestros sentimientos, ideas y obras. ¿Qué respuesta personal hemos dado nosotros a Jesús? ¿De qué manera dejamos que entre en nuestra vida? ¿Hasta qué punto lo tenemos presente en nuestras actividades cotidianas, en nuestro ocio, en nuestas relaciones con los demás?
Si decimos que Jesús es nuestro amigo, es porque nos sentimos amados por Él, llenos de Él, unidos a Él. Su amistad nos llevará a afrontar las dificultades de la vida con sus mismos sentimientos y actitudes. Nos hará confiar en Él cuando nos toque llevar nuestra cruz.
Nuestra cruz es el esfuerzo de negar nuestro egoísmo y orgullo, la dificultad para soportar las propias limitaciones y dolores. Pero la cruz se convierte en gozo cuando descubrimos que negarse a sí mismo es rechazar el mal que nos daña y renacer a la libertad, a la paz interior, a la alegría de sentir la presencia de Dios. La cruz nos lleva a dar la vida por amor: un dar que no es perder, sino ganar.
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