2012-02-11

Quiero, queda limpio

VI Domingo tiempo ordinario

En aquel tiempo se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:
—Si quieres, puedes limpiarme.
Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo:
—Quiero: queda limpio.
La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio.
El lo despidió, encargándole severamente:
—No se lo digas. a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.
Mc 1, 40-45

La compasión de Jesús

La misericordia de Jesús se extiende como su palabras, llenas de vida y de un mensaje absolutamente novedoso. Su voz, su mirada amorosa y su ternura tienen la capacidad de curar a mucha gente.
El texto nos narra la petición de un leproso para que lo sane de su enfermedad. El leproso suplica, de rodillas ante Jesús: “Si quieres, puedes limpiarme”. El desespero y la angustia llegan como una oración a gritos hasta el corazón de Jesús. Y el autor nos revela la profunda compasión que lo mueve hacia el enfermo, ante su clamor y sus ruegos estremecedores.
Jesús conoce el profundo dolor que siente. Su compasión hacia los desvalidos es infinita, por eso actúa hacia ellos con inmediata solicitud. Pero, como vemos en todos sus milagros, antes de curar, Jesús pregunta al enfermo. Si eleva una petición, es de suponer que realmente desea curarse, de todo corazón. Pero Jesús no abandona su actitud pedagógica: quiere reafirmar el deseo del enfermo de curarse. Cara a cara, mirándolo a los ojos, quiere contar con su libre voluntad y su sí.

Salud física y espiritual

Jesús tiene en cuenta la dimensión sociológica y vital del enfermo. Entiende que el sufrimiento aqueja fuertemente al leproso, pero quiere que la situación emocional que lo envuelve no le prive de su libertad. Sólo así podrá obrar el milagro y liberarlo del peso de su enfermedad. Si el leproso lo pide sinceramente, movido por un deseo firme de sanar, más allá de la desesperación, Jesús interviene.
El leproso quedó limpio, dice el evangelio. Cuando nuestro corazón se abre libre y sinceramente, Dios puede hacer el milagro de sanar todo aquello que hace impura nuestra vida. Él nos puede limpiar de aquello que empaña nuestro corazón, en especial, la soberbia, el orgullo y la petulancia. Cuando nos falta oxígeno espiritual, nuestra vida interior queda seriamente limitada. Cuántas personas padecen de esta otra lepra, que les quita la luminosidad en el rostro y les hace vivir atrapadas en la oscuridad. Jesús siempre extiende sus manos amorosas, nos llena de ternura y nos toca con dulzura para sanarnos. Él desea nuestra salud; quiere que nuestra vida esté llena de sentido y que lo tengamos a él como referencia.
La salud siempre vendrá profundamente ligada a aquello que somos, creemos y vivimos. Si nuestra vida se fundamenta en sólidos valores religiosos, y nuestra espiritualidad es rica e intensa, tendremos fuerza y coraje para aceptar las dificultades y asumir los desafíos que se nos presentan. Sabremos tomar las decisiones más acertadas, que afectarán a nuestra salud física y espiritual. Jesús nos quiere sanos de alma y de cuerpo, porque sólo los puros y los “limpios de corazón” verán a Dios. La fe en Jesús nos limpia totalmente.

Dios quiere la mediación de la Iglesia

Finalmente, Jesús añade algunos elementos a destacar. Por un lado, pide al leproso que tenga prudencia y no proclame a los cuatro vientos su curación. No desea la fama, sino servir y hacer un bien real a todos aquellos que confían en él. Y, por otra parte, lo envía a los sacerdotes para completar su purificación. Con este gesto, demuestra que no quiere actuar al margen de la institución religiosa de su pueblo. Cuenta con la intervención de los sacerdotes como puentes hacia Dios. ¡Qué importante es este matiz!
En este caso, la lectura nos lleva al sacramento del perdón y la reconciliación. Dios perdona a través de sus ministros, que ejercen la función de Cristo. No podemos negar la mediación eclesial. Cuando Jesús dice a Pedro, “sobre ti edificaré mi iglesia, y aquellos a quienes perdones los pecados, les quedan perdonados”, nos está mostrando que Dios quiere la mediación de la Iglesia, especialmente a través de sus sacramentos.

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