5º Domingo Tiempo Ordinario
“Así que cesó de
hablar, dijo a Simón: Boga mar adentro y echad vuestras redes para la pesca.
Simón le contestó: Maestro, toda la noche hemos estado trabajando y no hemos
pescado nada, mas porque lo dices tú echaré las redes. Haciéndolo, capturaron
tal cantidad de peces que las redes se rompían…”
Lc 5, 1-11
El milagro de saber cambiar
Jesús se convierte en un gran comunicador de la palabra de Dios.
No sólo porque es un buen retórico, sino porque tiene muy clara su misión:
hacer llegar a todos la buena noticia del amor de Dios y su deseo de felicidad para
todo hombre. La gente se agolpa a su alrededor porque necesita que palabras que
iluminen sus vidas. Jesús, enérgico y firme, cala en lo más hondo de esos corazones
que buscan un sentido religioso a su existencia.
Después de dedicar horas a la predicación, Jesús entra en
acción. Devuelve la esperanza a unos pescadores que faenan en la oscuridad sin
obtener nada. La crudeza del frío, bregando sin descanso y sin obtener fruto,
desanima a Simón y a sus compañeros. Jesús los alienta y les pide que remen mar
adentro y vuelvan a echar las redes. Simón, fiándose de sus palabras, deja a un
lado su desazón y lanza las redes de nuevo. Ese acto de fe provoca el milagro. Pescan
tantos peces que las redes casi revientan. Pero el verdadero milagro es que
Simón, a pesar del cansancio y del abatimiento, vuelve a lanzar las redes y se
fía de la palabra
de Dios.
Aquella dura noche se convierte en un amanecer cálido, su
acción estéril se transforma en un fecundo trabajo, su desaliento en esperanza
y alegría. Y, sobre todo, su apatía se torna fe renovada. Simón cambia de
rumbo, obedece las palabras de Jesús y obtiene una pesca milagrosa.
Sacar fuerzas de donde no las hay, con una sincera oración,
puede producir milagros. Llenar nuestra vida de esperanza y amor la hará
fecunda, cargada de frutos y de inmensos dones de caridad.
Las tres misiones de Jesús
En esta lectura vemos que Jesús tiene muy claras tres
misiones. La primera es instruir. Jesús dedica largas horas a predicar. Sentado
en la barca de Pedro, enseña a las gentes, consciente de su vocación de
anunciar la palabra de Dios.
Su segunda misión es curar y transformar. Acompaña a la
palabra su capacidad para obrar milagros. Estos prodigios respaldan su
predicación. El milagro no sólo debe entenderse como un hecho sobrenatural,
sino como el poder de llegar a tocar el corazón de la gente, moviendo su
libertad, despertando su capacidad de amar.
Finalmente, la tercera misión de Jesús es la llamada. Sabe
que para llevar a cabo su obra necesita discípulos, hombres liberados que se
entreguen al servicio del evangelio y cooperen en su misión. Por eso Jesús
llama a sus apóstoles. A la llamada siempre le precede una actitud humilde. Pedro
así lo hace: reconoce, cayendo de rodillas, su pequeñez y sus muchas faltas. La
sencillez de Pedro es clave. Le pide a Jesús que se aparte de él, porque es un pecador.
Pero Jesús hará todo lo contrario. Sin negar sus limitaciones, lo llama a estar
con él.
Dos actos de confianza
Pedro responde porque se fía de Jesús. Su primer acto de
confianza es remar mar adentro y echar las redes de nuevo, contra toda
esperanza. El segundo se da cuando escucha su llamada y lo sigue. Jesús no
necesita pedirle que renuncie a todo por él; ya sabe que Pedro se ha dado
cuenta de que lo más grande que puede alcanzar es estar a su lado y aprender de
su maestro.
Pedro, valiente, fiándose de él, sigue a Jesús. Su vida
cambia de rumbo. A partir de ahora se adentrará en las aguas turbulentas del mal
para rescatar a las gentes que se ahogan. Esta será su vocación: deja sus redes
de pescador para iniciar un ministerio de libertad.
Todos los cristianos recibimos esa llamada, en algún momento
de nuestra vida. Cuando abrimos nuestro corazón y confiamos en Dios, poco a
poco vamos descubriendo nuestra vocación de colaboradores suyos y tendremos el
valor necesario para embarcarnos en la aventura de ser rescatadores de almas.
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