2013-10-04

Auméntanos la fe



En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor: “Auméntanos la fe”. El Señor contestó: si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esta morera: Arráncate de raíz y plántate en el mar, y os obedecería… Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Lc 17, 5-10 

Una idea equivocada de Dios 


Frente a un mundo descreído, que se desorienta y pone sus esperanzas en otros ideales, los cristianos, más que nunca, hemos de pedir al Señor que nos aumente la fe. Esta petición incluye un deseo de apertura total al corazón de Dios. El incremento de la fe comporta un aumento de la confianza. Saber confiar más en Dios sustentará nuestro ser cristiano. Si Dios existe, ¿por qué hay tanto mal en el mundo? Escuchamos estas palabras con mucha frecuencia y difícilmente hallamos respuesta. 

El problema está en la pregunta misma y en el concepto que tenemos de Dios y del hombre. Creemos que Jesús ha venido al mundo a evitar el mal, las calamidades y el sufrimiento. Y, como en el mundo sigue habiendo dolor y atrocidades sin número, nos desanimamos o nos enfadamos, y dejamos de creer en ese Dios que debería resolverlo todo. Olvidamos que Jesús no vino para traernos el bienestar, la economía y la solución a todos los males. Jesús vino para traernos a Dios. De él proviene toda salvación. Cuando las personas se dejan llenar de Dios, es cuando tienen la capacidad y la fuerza para generar paz, justicia, bienestar y economía para todos. Solucionar los problemas de este mundo está en nuestras manos, y Dios nos ha dado los medios suficientes para ello. En cambio, convertir nuestro corazón y despertar en nosotros un amor sin límites es un don que sólo él nos puede dar. 

El milagro de abrirse 


Creer significa adherirse a Jesús, dejar que Dios penetre en nuestra vida y configurar nuestra existencia según él. Dice Jesús que, si tuviéramos tan sólo un poquito de fe, pequeña como una semilla de mostaza, podríamos mover montañas. Un gramo de fe provoca milagros extraordinarios. Ahora bien, si a esta fe sumáramos la de todos los cristianos, lograríamos arrancar las raíces del mal del corazón humano. El gran milagro, en realidad, es abrirse a Dios y creer en él. 

La fe no se compone sólo de palabras o sentimientos. La fe se traduce en obras. Nuestra vida cristiana no se reduce a una fe ritual, de prácticas religiosas, sino a una experiencia de caridad y de servicio. Tener fe implica una actitud de constante atención para socorrer las necesidades de los demás. 

Somos servidores 


“Sólo somos pobres siervos y hemos hecho lo que debíamos”, así acaba este evangelio de hoy. Del mismo modo que una madre tiene que cuidar a su hijo, un médico a su paciente o un maestro a sus alumnos, y nadie se sorprende de que lo hagan, incluso con mucho amor y dedicación, un bautizado seguidor de Cristo se caracteriza por el servicio. La actitud de entrega y generosidad es intrínseca del ser cristiano. Por tanto, no pidamos reconocimientos ni palmaditas en la espalda por cumplir nuestro deber. Servir y entregarse a una tarea para obtener reconocimiento y aplausos es una gran inmadurez. El cristiano sabe que es un fiel sirviente y encuentra su alegría cumpliendo lo que debe hacer. 

Los sacramentos alimentan nuestra fe 


Las personas que venimos asiduamente a misa y cumplimos con los sacramentos, se supone que ya tenemos una fe muy sólida. No sólo creemos, celebramos nuestra fe. Cada vez que participamos en la eucaristía estamos tomando al mismo Jesús y estamos fortaleciendo nuestra vida interior. El bautizo es la primera inmersión en la vida cristiana. La eucaristía da un paso más: es la celebración de esta fe, compartiéndola con los demás. Cuando se celebra algo, aquello que se comparte nos hace crecer. Si el bautismo y la eucaristía no nos mueven a ir más allá del cumplimiento del precepto, ¿no será que estamos cumpliendo de forma muy rutinaria? Creer en Dios no se reduce a venir a misa; se trata de modelar nuestra vida según Dios y esto afecta a la familia, el trabajo, la economía, nuestra visión del mundo… Toda nuestra existencia queda transformada por una fe viva. No dejemos, nunca, de poner en nuestros labios, y en nuestro corazón, esta plegaria: “Señor, aumenta nuestra fe”.

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