18 Domingo Ordinario A - Dadles de comer from JoaquinIglesias
La Iglesia
tiene la misión urgente y necesaria de dar de comer a la gente. Y no sólo el
pan físico, sino el pan de la palabra de Dios. En muchos países donde todavía
se dan terribles hambrunas, la
Iglesia está allí, paliando la pobreza y alimentando a los
desnutridos. Pero el pan que está llamada a distribuir la Iglesia es la palabra de
esperanza que el mundo necesita: el mismo Cristo.
18º Domingo Tiempo Ordinario. Ciclo A
“…y tomando los cinco
panes y los dos peces, alzó laminada al cielo, pronunció la bendición, partió
los panes y se los dios a los discípulos; los discípulos se los dieron a la
gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos
de sobras”.
Mt 14, 13-21
Estamos en pleno verano y el calor se hace sentir, pero la
palabra de Dios, que nos convoca cada domingo, es brisa, profunda y suave, que
refresca nuestra alma.
En esta lectura tan conocida de la multiplicación de los
panes podemos ahondar en cuatro aspectos que nos revelan más dimensiones de la
personalidad y la misión de Jesús.
El duelo necesario
Cuando Jesús supo la muerte de Juan Bautista, nos cuenta el
evangelio, se retiró a orar en un lugar apartado. El vínculo que unía a Jesús
con Juan era muy estrecho. Juan había predicado un reino por llegar, que Jesús
hacía presente con su persona. Al saber de la ejecución del Bautista, Jesús
sintió dolor y buscó un espacio de calma. Necesitaba un tiempo de duelo para
meditar sobre lo ocurrido y su sentido, pues la muerte de Juan, en cierto modo,
también presagiaba la suya. Buscaba paz, y por eso se retiró.
Y, sin embargo, no pudo disfrutar de ese sosiego. La fama
por sus milagros lo precedía y la gente, hambrienta de Dios, buscó a Jesús y lo
persiguió hasta dar con él. De manera que Jesús renunció a su descanso, atendió
a las multitudes y curó a los enfermos que le presentaron.
Hambre de Dios
Hoy, la gente también busca a Jesús, aunque de maneras
diferentes. Aunque la Iglesia
parezca atravesar una crisis y en la sociedad se dé una marcada apatía ante los
valores cristianos, en realidad la gente sigue buscando porque necesita a Dios.
La necesidad de trascendencia también existe en el hombre postmoderno. Muchas
personas buscan y no encuentran, se pierden en el laberinto de su existencia y
no hallan el rumbo. Buscan a Jesús porque están carentes, enfermas, sedientas…
Vivir sin la trascendencia nos hunde en la pobreza y en la carencia. Los
dolores físicos y psicológicos no pueden compararse con el dolor del alma. Si
nuestra vida no tiene un sentido trascendente, se nos rompe algo por dentro.
Estamos hechos así, somos seres con alma y sólo Dios puede colmarnos.
Dios multiplica nuestros dones
El evangelio sigue narrando. Después de escuchar a Jesús
durante horas, la multitud está hambrienta. Los discípulos aconsejan a Jesús
que los despida, pero Jesús no puede desentenderse de ellos. Sabe que buscan
respuestas y no puede defraudarlos. Entonces pide que le traigan los panes y
los peces que un joven lleva consigo.
Los bendice, en un gesto que es una clara evocación de la
eucaristía. ¡Qué importante es bendecir! El pan, más tarde, se convertirá en
sacramento de su presencia. Y a continuación, pide a sus discípulos que los
repartan a la multitud.
Cinco panes y dos peces parecen muy poco para alimentar a
miles de personas. También nuestros esfuerzos, hoy, parecen insignificantes cuando
nos proponemos contribuir a mejorar el mundo. Sin embargo, Jesús nos pide que
aportemos lo que tengamos. Por muy poco que sea, Dios multiplicará su gracia. Si
ofrecemos lo que tenemos, ¡Dios da el ciento por el uno! Su generosidad es
inmensa, y nuestro pequeño esfuerzo le basta para multiplicar las
posibilidades.
Dadles vosotros de comer
“Dadles vosotros de comer”, dice Jesús a los suyos. Y, más
tarde, después de bendecir y partir el pan, se lo da a ellos y les encarga que
lo repartan a la muchedumbre. Con este gesto, Jesús los está enviando como
administradores de su palabra. Es un preludio del sacerdocio de los apóstoles.
Todos comieron y quedaron satisfechos. Nadie quedó con
hambre. Dios no es tacaño y puede saciar a todos. Sabe de nuestras necesidades
y las satisface con esplendidez. No regatea, su generosidad es infinita. Tanto,
que nos dará todo cuanto necesitamos, y aún más, nos sobrará. Dios es así: su
magnificencia no conoce límites.
Finalmente, las sobras se recogen para ser repartidas, entre
los pobres o entre otras gentes. Nada se pierde.
Y nosotros, los
cristianos de hoy, ¿qué hemos de hacer? Ante las dudas y los ataques a la Iglesia y a nuestra fe,
las palabras de San Pablo en la segunda lectura (Rm 8, 35-39) nos alientan:
nadie nos podrá apartar de Dios. Ni cielos ni tierra, ni ángeles ni potestad
alguna; ni la vida ni la muerte. Así es: cuando estamos con Cristo en la
eucaristía, en comunión con él, nada nos puede alejar de él. No está a nuestro
lado, ¡está dentro de nosotros!, y nadie podrá arrebatarnos el gozo espiritual
de su presencia.
Bien alimentados de Cristo, hemos de contribuir para que
nadie en el mundo pase hambre de él. Nuestra misión es impedir que nadie se debilite
y muera por dentro porque le falta el pan de Dios. Jesús necesita un ejército
de miles de creyentes, capaces de salir, entregarse y dar de comer su pan a las
gentes. Él nos llama, la respuesta depende de nosotros. Imitemos la generosidad
inmensa de Dios.
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