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Bartimeo, un mendigo ciego que estaba sentado
junto al camino, oyendo que era Jesús de Nazaret comenzó a gritar y a decir:
¡Hijo de David, ten piedad de mí! […] Se detuvo Jesús y dijo: Llamadle. […] Tomando Jesús la
palabra le dijo: ¿Qué quieres que haga? El ciego le respondió: Señor, que vea.
Marcos 10, 46-52
Dios
nos quiere sanos y libres
El ciego Bartimeo llama a
Jesús insistentemente y suplica que le ayude. El
evangelio recalca su reiterada petición, ante la impaciencia y la rudeza de
cuantos lo rodean, regañándolo.
Jesús le
responde pero, antes de curarlo, le hace una pregunta:¿Qué
quieres que haga por ti? Cuando el ciego abre los ojos, Jesús pronuncia estas
palabras, que se oirán muchas veces en el evangelio: Tu fe te ha curado.
Es la fe, la fuerza que mueve montañas, la que
provoca el milagro. Claro que Dios tiene todo el poder para sanar pero a veces es necesario algo
más: Dios nos pide nuestra fe, nuestro querer estar sanos, nuestro deseo de ser
libres de la enfermedad. A menudo, para que el bien se desencadene, lo único
que hace falta es nuestra voluntad.
El amor de Jesús libera. Sus manos abren los ojos
del ciego, sanan su vista y su espíritu abatido en la oscuridad, al igual que
sanaban el cuerpo y las almas de tantos enfermos y tullidos que acudían a él.
Con su gesto, Jesús revela el rostro afable de un Dios que cuida de sus
criaturas y las quiere sanas y libres. Las manos sanadoras de Jesús se
convierten en las manos de
Dios.
Tres
pasos hacia la sanación
Para que se opere la curación, Jesús casi siempre
solicita algo del enfermo. No es un acto pasivo, requiere cooperación. Vemos
que en la sanación del ciego Bartimeo se dan tres pasos muy claros.
En primer lugar, grita. Clama misericordia. Cuando la persona toca muy hondo en su
miseria y enfermedad, cuando roza sus límites y es capaz de aceptar
su pequeñez, es cuando de su boca puede elevarse una súplica. Su grito no es un
por qué desgarrador contra el cielo, sino un ¡ayúdame!, ¡ten piedad! Cuando llega
a este punto comienza a despuntar en su interior una pequeña luz: la confianza.
El segundo paso es levantarse. Cuando Jesús oye que el ciego lo llama con insistencia
lo llama. Dios nos llama. Levántate, son las palabras que curan al paralítico.
También al ciego le dice: acércate. Ven. Y él da un salto y acude, presuroso.
Para sanar no sólo es necesario pedir ayuda, sino dar un paso adelante y correr
hacia aquel que puede darte su auxilio.
Finalmente, el tercer paso es una afirmación. Jesús le pregunta: ¿Qué
quieres que haga por ti? Dios también pide de nuestro deseo, que éste sea
firme, sincero y claro. Cuando Jesús oye la respuesta de Bartimeo se opera el
milagro. El invidente ha formulado su petición porque confía que Jesús puede
curarlo. Y su fe no se ve defraudada.
La
ceguera espiritual
Esta lectura puede interpretarse también en otro
plano más trascendente. Hoy, el mayor drama no son tanto las dolencias físicas,
como las espirituales. La mayor tragedia es un corazón ciego, sordo y mudo,
cerrado. No hay mayor ciego que el que no quiere ver, dice el refrán.
Casi todos los médicos están de acuerdo en que el
origen de buena parte de las enfermedades es anímico o emocional. Un corazón
que no quiere ver, que no se abre al mundo y a las demás personas, se hunde en
una gran tiniebla interior, provocando la peor de las enfermedades. Para abrir
el corazón, como los ojos, es necesario seguir el mismo camino del ciego
Bartimeo: llamar, responder, confiar. Además, Bartimeo da otro paso. Una vez
curado, va siguiendo a Jesús y proclama lo que ha hecho con él. Sin saberlo, se
convierte en apóstol y en portavoz del milagro que Dios ha obrado en él.
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