28 domingo ordinario - B from Joaquin Iglesias
Una
pregunta crucial y una respuesta desafiante
Más
allá de los preceptos
No
comerciar con Dios
El
cielo ya está entre nosotros
Renunciar
al apego
Salido al camino, corrió a él uno que,
arrodillándose, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué he de hacer para alcanzar la
vida eterna?
Mc 10, 17-30
Una
pregunta crucial y una respuesta desafiante
Un fiel seguidor de la ley judía le pregunta a
Jesús qué tiene que hacer para heredar la vida eterna. Quien hace la pregunta
es una persona ejemplar, considera a Jesús como un buen rabino y reconoce su
bondad llamándolo maestro bueno.
Jesús aprovecha la ocasión para clarificar su
posición en ciertas cuestiones religiosas. En primer lugar, afirma que el fundamento del bien
está en Dios, que es la máxima y absoluta bondad. Como buen conocedor de su
interlocutor, le recuerda los mandamientos de la ley de Dios. El
joven rico, observador de la ley, contesta que todo lo cumple desde pequeño. Y
entonces es cuando Jesús da un giro copernicano, yendo más allá del precepto
judío. Le pide que no se limite a cumplir la ley, sino que haga un gesto que lo trascienda. Le pide que se vuelva
como niño, que se haga pobre y humilde y empiece a caminar de nuevo, cambiando
radicalmente su vida.
Al joven le da vértigo. Está muy atado a su dinero, a sus criterios religiosos y, sobre todo, a sí
mismo, a su modo de hacer. Es un buen cumplidor pero sus apegos le impiden
asumir un cambio radical. Jesús, mirando a la gente, señala que con un corazón
ambicioso y posesivo nadie entra en la vida eterna. Los discípulos se espantan
ante la rotundidad de sus planteos. La exigencia es fuerte, admite Jesús, pero con la ayuda
de Dios todo es posible. Él puede dar un vuelco a nuestro corazón y ayudarnos a
iniciar una vida nueva.
Más
allá de los preceptos
Jesús está hablando de una religión que va más
allá de los preceptos y se compromete en las obras, en la caridad. Más allá del
cumplimiento de unas normas, Jesús nos llama a afrontar el desafío de ser
coherentes con nuestra fe, asumiendo sus riesgos con audacia.
Nuestra cultura cristiana todavía es muy farisea.
A menudo preferimos cumplir con los mandamientos y los rituales establecidos,
nos apegamos a las tradiciones y consideramos
que ya somos fieles y buenas personas. Pero creer en Dios no
es obediencia ciega a unas reglas. Creer en Dios no nos quita la libertad, sino
que nos impulsa a ser creativos.
Vivimos en medio de un mundo convulso, donde
la sociedad se agita al ritmo acelerado de los cambios. Estamos en una era
tecnológica y de la comunicación, donde se dan otras necesidades y carencias, y
donde las gentes tienen interrogantes y desafíos diferentes. La religión debe
ponerse al servicio de la humanidad, y no al contrario, sabiendo encontrar
cauces para expresar su mensaje y ofrecer su don a las gentes. No se hizo el hombre para el sábado, sino el
sábado para el hombre.
No
comerciar con Dios
Jesús también nos previene contra el
mercantilismo espiritual: es decir, querer obtener la vida eterna a cambio del cumplimiento de
ciertas normas o rituales. Queremos comprar a Dios. La auténtica fe no consiste
en un intercambio de favores,
sino en ser coherente con aquello que creemos. La fe implica una conversión
profunda, un cambio de mentalidad.
Dios es gratuito y nos da la vida eterna sin que
se la pidamos o tengamos que ganarla. El cielo es un regalo que ya tenemos; la
promesa del don ya ha sido dada, sólo hace falta mantenerlo. No convirtamos la religión en mero ritualismo. El
cristiano no sólo está salvado: está llamado a vivir una vida nueva y a
proclamarla.
El
cielo ya está entre nosotros
Cuando Pedro dice: Nosotros que lo hemos dejado
todo y te hemos seguido, ¿qué obtendremos?, aún no ha experimentado esta honda
conversión interior. No se da cuenta de que ya ha recibido el mayor don: el
mismo Jesús.
Esta tensión entre el reino de Dios que ha de
venir y el que ya es se ha resuelto con la muerte y resurrección de Cristo. El
Reino ya está entre nosotros. Con Jesús el cielo es una realidad presente, no
tenemos que esperar. Con su resurrección y Pentecostés nos envió al Espíritu Santo. En
la Eucaristía se nos da él mismo. ¿Qué más esperamos?
Ya estamos salvados y redimidos. Ahora es el
momento de comenzar a vivir la gran pasión de una vocación. Déjalo todo y
sígueme, dice Jesús. Deja atrás tus apegos, tu historia, tu pasado, tu cultura,
tus posesiones... Déjate atrás a ti mismo y tu narcisismo. Ya estás salvado, ya tienes la vida eterna. Ven y sígueme en la gran tarea
de la evangelización.
Se trata de pasar de la salvación
a la vocación para la misión.
Renunciar
al apego
Es en este momento cuando el joven rico se echa
atrás. Lo que le detiene, lo que nos detiene tantas veces a todos, no es tanto
el dinero o las riquezas, sino el apego. Incluso una persona modesta puede sentir apego y
aferrarse a sus pequeños tesoros, ya sean bienes materiales o actitudes. Y esta es la gran traba para poder llegar a la vida eterna. No es tanto el dinero o los bienes
materiales en sí, como la resistencia a renunciar a uno mismo y a ser libre de
tantas cosas que nos llenan y nos atan.
Dios no sólo nos llama a ser buenos cristianos,
sino a ser santos cristianos. Esta es nuestra misión.
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