Entró Pilato de nuevo
al pretorio y, llamando a Jesús, le dijo: ¿Eres tú el rey de los judíos?
Respondió Jesús: ¿Por tu cuenta dices esto o te lo han dicho otros de mí?
Pilato contestó: ¿Soy yo acaso judío? Tu gente y los sumos sacerdotes me han
entregado a mí, ¿qué has hecho? Jesús respondió: Mi reino no es de este mundo.
Si fuera de este mundo ,
mis soldados habrían luchado para que no cayera en manos de los judíos, pero mi
reino no es de aquí.
Juan 18, 33-37
Un reino diferente
En el contexto de la Pasión , Pilatos, inseguro y
presionado por el pueblo judío, pregunta a Jesús si él es rey. En ese momento
de dolor, camino hacia la cruz, Jesús contesta de una manera trascendida. Su
respuesta refleja la clave de su misión: Mi reino no es de este mundo.
El trabajo apostólico de
Jesús es anunciar, incluso asumiendo la muerte, el reinado de Dios, un reinado
que va más allá de los criterios lógicos de este mundo. Asume una concepción
del mundo basada en el amor y en el servicio a los demás. Una visión que para
muchos puede llegar a ser contradictoria y opuesta a la tendencia actual; una
visión que llega a cuestionar los poderes fácticos, fundamentados en el egoísmo
y en el enriquecimiento personal.
El Papa Francisco en su
encíclica Laudato Si’ nos habla de
los dos polos que mueven a los poderosos del mundo: el dinero y el poder. La
economía no tiene otro fin que la rentabilidad y la ganancia a toda cosa; la
política gira en torno al afán de poder. Pero un mundo sostenido sobre estos
móviles ya no se sostiene. El cristiano coherente debe luchar por el reino de
Dios en este mundo, donde los valores que rigen son otros. El norte no es el
lucro ni el dominio, sino el bien de todo ser humano.
La ambición, llevada al
límite, es el reino de las tinieblas. El reinado de Dios es un reinado de luz,
de amor, de vida, donde el pobre y el desvalido, los que sufren, los humildes,
son especialmente amados. En este reinado ellos son los preferidos de un rey
que dobla su rodilla para poner su corona a los sencillos de corazón. Es un rey
que asume su propia muerte para salvar la humanidad, un rey que no tiene nada,
que lo entrega todo, hasta su propia vida. La salvación es la misión de Cristo,
Rey del universo. Es soberano también de nuestro mundo , donde
reina para siempre si nos abrimos a él.
Una pedagogía de la libertad
En el diálogo con Pilato,
Jesús interpela a todos los gobernantes y personas con cargos de
responsabilidad. En el reino de Dios se da una renuncia a todo poder. Como
consecuencia, es un reinado basado en la libertad. Jesús es un rey que no se
arma, no tiene ejércitos, ni propiedades ni territorios. Su único territorio es
el corazón de cada persona. En el reino de Dios no se producen luchas
ideológicas, sino que impera el servicio, la entrega, la generosidad.
El poder, allí donde se
forja, acaba siendo corrupto, incluso dentro de la propia Iglesia o en otros
ámbitos, donde se manifiesta de formas muy subliminales: en la familia, entre
los matrimonios, en el mundo
de la empresa... Detentar el poder es, de alguna manera, jugar
a ser dioses, dominando todo y a todos.
Cristo nos propone
abandonar toda ambición de poder. El Dios "todopoderoso" sólo lo es
en el amor. Jesús no necesita el poder. En cambio, es el poder quien lo mata, porque
toda clase de dominio lleva consigo la muerte. La renuncia al poder es vida,
libertad, donación. Jesús así lo demostró. Fue profundamente libre, hasta
entregar su vida por amor. Cristo Rey se convierte en el gran pedagogo de la
libertad y nos invita a seguirlo. Nos invita a abandonar la tiranía y a
aprender a ser libres. Porque la renuncia al dominio nos da una enorme fuerza
interior y la alegría sana e inagotable de saber que no tenemos nada, nada nos
ata ni atamos a nadie; sólo nos quedan el amor y la libertad para entregarnos.
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