Ne Nehe
3r domingo ordinario - C
Nehemías 8, 2-10
Salmo 18
1 Corintios 12, 12-30
Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
Hoy podemos comparar la primera lectura de Nehemías y el
evangelio de Lucas. En la primera, los sacerdotes leen la ley de Dios ante el
pueblo, reunido tras un largo exilio. En la segunda, Jesús va a la sinagoga de
Nazaret y lee unos versos del profeta Isaías, que prometen salvación y
liberación al pueblo. ¿Cómo reacciona el pueblo de Israel en la primera
lectura? Se emociona, llora, se conmueve. Y los sacerdotes invitan a no llorar,
sino alegrarse. La ley de Dios es buena y alegra el corazón, como dice el salmo
de hoy, y Dios quiere que su pueblo sea feliz y lo celebre. Los levitas dicen a
la gente: bebed vino dulce, comed, dad comida a quien no tiene… «No estéis
tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza».
Y ¿qué dice Jesús al terminar su lectura? ¡Hoy se cumplen
estas palabras que habéis oído! Los ciegos ven, los cautivos son liberados, la
buena nueva es anunciada a los pobres… Dios es un Dios de paz y de fiesta, no
de duelo y lágrimas. Dios es Señor de misericordia, ternura y bondad, no de
severidad y castigo. Dios quiere que su pueblo amado viva en plenitud.
Podemos extraer dos enseñanzas de las lecturas de hoy: Dios
ama la alegría y la vida. En este año de la Misericordia haremos bien de buscar
ese rostro tierno y sonriente de Dios, que nos mira con dulzura y quiere
regalarnos todo su amor. Pero esta experiencia no se vive en solitario. Ambas
lecturas hablan de un pueblo, una familia humana. La plenitud se vive en
comunidad, compartiendo con los demás la gratitud y el gozo de estar vivos.
San Pablo en su carta a los corintios explica con una comparación
bellísima lo que es la Iglesia: un cuerpo, el cuerpo de Cristo. Cada persona es distinta, como
los diferentes miembros del cuerpo, pero todos somos necesarios. Hay diversidad
pero una misma dignidad: nadie es más importante que otros. Si un miembro
sufre, sufren todos: el dolor de algunos afecta a los demás, estamos llamados a
ser solidarios. Cuando una comunidad es realmente un cuerpo, está unida y resiste
todos los embates y crisis, y además crece y da frutos. ¿Somos de verdad un
cuerpo? ¿Creemos que somos infinitamente amados por Dios, que nos ha creado y
salvado? Si lo vivimos así, con gratitud compartida, el gozo del Señor será en verdad nuestra
fortaleza.
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