Isaías 9, 1 - 3, 5-6
Salmo 95
Tito 2, 11-14
Lucas 2, 1-14
En esta noche oscura, de las más largas del año, brilla una luz resplandeciente. Un rayo de luz atraviesa toda nuestra historia: Dios se encarna. Dios se hace niño en un pequeño bebè, nacido en Belén.
Salmo 95
Tito 2, 11-14
Lucas 2, 1-14
En esta noche oscura, de las más largas del año, brilla una luz resplandeciente. Un rayo de luz atraviesa toda nuestra historia: Dios se encarna. Dios se hace niño en un pequeño bebè, nacido en Belén.
Vivimos en una cultura donde se
ensalza la competitividad, el éxito, el
destacar. Todos nos afanamos por ser alguien, por ser el primero, el más
reconocido. Todos queremos subirnos a un pedestal. En cambio, el que es
Alguien, con mayúsculas, se hace pequeño, con minúsculas. El grande se abaja,
hasta hacerse casi nadie. Esta es la lógica de Dios.
La lógica de Dios va por caminos
diferentes a los nuestros. Solo puede entenderse desde un corazón inmenso y
lleno de ternura, de misericordia, de amor hacia sus criaturas. Como dice san
Juan, Dios amó tanto al hombre que envió a su único Hijo al mundo para poder
salvar a todos.
El Dios que se hace niño nos
invita a reconocer nuestro niño interior. Todos fuimos un niño pequeño, que
está ahí, latente, dentro de cada uno de nosotros. El reino de los cielos es
para los que se hacen niños. La Navidad es una fiesta para rescatar a ese niño
interior que sigue vivo.
Volver a ser niños significa
volver a mirar el mundo y las cosas con la limpieza y la claridad de un niño:
con admiración, con sorpresa, con apertura de mente y de corazón, siempre
esperando el bien, sin miedo a lo nuevo. Ser como niños significa aprender a
mirar y a escuchar sin la amargura de los adultos, sin la rabia de los adultos,
sin el orgullo de los adultos.
Cuando nos desprendamos de todo
el resentimiento, los celos, la ira y los prejuicios que hemos ido acumulando
durante toda una vida podremos hacer revivir a este niño interior, abierto al
amor, capaz de amar.
Miremos el pesebre. Miremos a
María y a José. Navidad también es la fiesta de la maternidad y la paternidad.
María da su cuerpo y su vida entera para ser el hogar de Dios. Su entrega es
total e incondicional, ella es la primera casa de Dios en este mundo. José
cuida y prepara un lugar: es el que protege el hogar donde se gesta la vida,
donde el mismo Dios crece y se hace hombre. José también será el educador de
este niño. Santa Teresa le tenía una gran devoción, y decía que este santo, a
quien el mismo Dios obedeció siendo niño, es un gran abogado y amigo.
Miremos la humildad de este
lugar. Dios no quiso nacer en un palacio, ni entre lujos. Miremos al buey y la
vaca, que, como decía el Papa Benedicto, representan la naturaleza, el mundo de
las criaturas. Todo el universo asiste al nacimiento de Dios niño. La ecología
tiene un lugar en Navidad: con la encarnación de Dios, no solo el ser humano,
sino toda la creación es salvada.
Cuando adoremos al Niño, miremos
a este Dios que se nos hace pequeño para que podamos besarlo con ternura.
Nuestro Dios no es temible ni distante. No quiere miedo ni sometimiento, sino
solo amor. Dios se nos hace niño para que podamos sostenerlo en brazos, para
que podamos hacerle un lugar en nuestro corazón. En esta noche, nosotros
también somos pesebre donde Dios busca refugio y calor. El que es autor de la
luz viene a iluminar el mundo; viene a iluminar nuestra vida con el fuego de su
ardiente amor.
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