2016-06-24

Vuestra vocación es la libertad

13º Domingo Tiempo Ordinario  - C

1 Reyes 19, 16-21
Salmo 15
Gálatas 5, 1-18
Lucas 9, 51-62


Eliseo. Pablo. Juan y Santiago… y muchos otros. ¿Qué tienen en común? Todos ellos fueron llamados a anunciar el reino de Dios. Todos ellos, en un momento de sus vidas, tuvieron que decidir. Y para ello tuvieron que dar un giro radical y romper, en cierto modo, con su pasado, sus tradiciones, costumbres y ataduras culturales. Eliseo, labrador, sacrifica sus bueyes, quema el yugo y los ofrece a Dios. Con la carne prepara un banquete, obsequia a su familia y se despide para seguir al profeta Elías, que lo ha llamado a ser su sucesor. Pablo, el fariseo fervoroso, perseguidor de los cristianos, se convierte en el apóstol de Cristo más entusiasta. De la esclavitud de la ley judía pasa a la libertad de los hijos de Dios, donde la única ley es el amor.

Jesús amonesta a sus discípulos y advierte a quienes quieren seguirlo. A Santiago y Juan los riñe para que no sean fanáticos y respeten a quienes no quieren recibirlos. ¡La libertad de conciencia es sagrada! El mismo Dios respeta a quienes lo rechazan, ¿cómo no vamos a hacerlo nosotros? Pero a quienes se sienten atraídos por él les pone el listón muy alto. Muchas personas se entusiasman con Jesús por su carisma. Igualmente sucede hoy: puede haber líderes, sacerdotes o misioneros que atraen con su personalidad vibrante y por su vida de fe coherente y apasionada. El éxito y el testimonio atraen. Pero pocas personas están dispuestas a las renuncias que pide el seguimiento de Jesús. ¿Sabrán desprenderse de sus bienes, aceptar el riesgo, el cambio, la provisionalidad, la crítica, el rechazo? ¿Sabrán aceptar la cruz?

Quien echa mano del arado y mira atrás no vale para el reino de Dios, dice Jesús. Es duro, pero real: quien se aferra a sus seguridades y a sus prejuicios, sus ideas, sus conceptos, su clan familiar, su dinero… no puede abrirse a la novedad incesante del Espíritu Santo, que sopla donde quiere y lleva a lugares insospechados. Para ser cristiano hay que ser libre. Y San Pablo explica maravillosamente qué es ser libre de verdad: es libre quien vence al egoísmo. Seguir la carne aquí significa vivir centrado en uno mismo y buscar solo el propio bien, con lo cual en seguida saltan los conflictos con los demás y las envidias. Pablo sabe muy bien lo que ocurre en una comunidad dominada por los egoísmos y el afán de poder: se devoran unos a otros. En cambio, el Espíritu Santo es un impulso de amor, de servicio, de unidad, de búsqueda del bien del otro por encima del propio. La auténtica libertad es vencer al propio tirano: el ego, y entregarse a amar a los demás. Sed esclavos unos de otros por amor. El amor al prójimo no es una atadura, sino la ruptura de todas las cadenas. Porque, como nos recuerda el apóstol, nuestra vocación es la libertad.

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2016-06-16

¿Quién es el Hijo del hombre?

12º domingo ordinario  - C

Zacarías 12, 10-11, 13, 1
Salmo 62
Gálatas 3, 26-29
Lucas 9, 18-24


Las lecturas de hoy tratan un tema crucial: la identidad de la persona y su razón de ser. Este tema suscita las preguntas más acuciantes: ¿Qué es el ser humano? ¿Quién soy yo? ¿Qué sentido tiene mi vida?

En la lectura del profeta Zacarías vemos a un pueblo derrotado que añora tiempos mejores. Pero en medio del llanto y el luto, Dios hace una promesa: vendrá un día de gracia y clemencia, en que el pueblo esté preparado para recibir el amor de un Dios traspasado. Su cuerpo herido será manantial que limpiará todas las impurezas del pueblo: un agua viva que renovará todo lo que está muerto y sin esperanza.

San Pablo en la carta a los Gálatas proclama que, por la fe en Cristo Jesús, todos somos hijos de Dios. Esta es nuestra identidad más certera y más profunda. ¡Hijos de Dios! No simples criaturas, ni juguetes de los dioses, como creían los antiguos. ¡Hijos amados! Pero ¿acaso todo ser humano no es hijo de Dios? Sí, pero no es lo mismo serlo por naturaleza que ser conscientes de ello, por revelación y por fe. Quien se sabe hijo de Dios, amado por él, vivirá de otra manera. Su existencia ya no será un cúmulo absurdo de casualidades: forma parte del plan de Dios, que tiene un sueño inimaginable para cada cual. Saber que un Amor infinito es nuestro origen y nuestro destino conforma toda una vida abierta a posibilidades insospechadas, más allá de los condicionantes familiares, sociales e históricos.

Los sabios clásicos decían: conócete a ti mismo. Para ello la filosofía y la psicología ofrecen muchas herramientas. La Biblia nos propone otro camino. ¿Quieres conocerte? Conoce a Dios y sabrás quién eres. Pero ¿cuál es la identidad de Dios? En el evangelio Jesús pregunta a sus discípulos. La gente piensa muchas cosas de él, pero Pedro afirma: Tú eres el Mesías. Y Jesús los avisa: no digáis esto a nadie. ¿Por qué? Porque Mesías, para los judíos de aquel tiempo, significaba un líder religioso y político dispuesto a tomar las armas para alcanzar el poder y convertirse en rey. Esta idea era justo lo contrario de lo que Jesús pretendía hacer. 

¿Quién es el Mesías según Dios? ¿Quién nos salva y nos libera? Un Mesías afectuoso, cercano y humilde, que no exige muertes, sino que da su vida por amor. Un Mesías que se niega a sí mismo, es decir, que renuncia al egoísmo y al dominio para derramarse por los demás. Aquí está la verdadera identidad no sólo de Jesús, sino de todo ser humano: en el dar. ¿Queremos encontrarnos a nosotros mismos? Démonos. Entreguémonos a nuestros semejantes. Derramemos nuestra vida por amor. Sólo así, perdiéndonos, encontraremos nuestra identidad más genuina y nuestra vida será completa, hermosa y plena.

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2016-06-09

Tus pecados te son perdonados

11º domingo ordinario  - C
2 Samuel, 12, 7-13
Salmo 31
Gálatas 2, 16-21
Lucas 7, 36 - 8, 3


Las lecturas de hoy abordan un tema muy polémico en la historia de las religiones: el pecado. Para algunos se convierte en una obsesión que genera escrúpulos, ¡todo es pecado! Para otros, la Iglesia ha utilizado el pecado para oprimir a la gente: no existe el pecado, en realidad. Es un invento para manipular y someter las conciencias.

Pero la realidad escapa a los esquemas, tanto los estrechos como los anchos. Todos llevamos un radar en el alma que sabe detectar qué está bien y qué está mal: la conciencia. La podemos tener más o menos despierta, pero está ahí y nos avisa. Pecado es todo lo que nos hiere y daña nuestras relaciones: con nosotros mismos, con los demás, con Dios.

Un pecado se puede explicar, disculpar, resarcir… Pero ¿quién puede perdonarlo? ¿Quién puede borrar, olvidar, dar paz y limpieza interior para decir: empiezo de nuevo, borrón y cuenta nueva? Sólo Dios puede perdonar totalmente. Y nosotros, a imagen de él, podemos perdonarnos unos a otros las ofensas. Pero cuando hemos hecho algo mal, deliberadamente, necesitamos el perdón de Dios. Porque Dios no es un juez inicuo, sino nuestro abogado. Nos da el perdón de forma incondicional. Leemos en la primera lectura sobre el adulterio de David. ¿Qué le pide Dios para perdonarlo? ¡Nada! Ni le multa ni le castiga, le basta que David se arrepienta de corazón y llore su culpa. El Señor ha perdonado ya tu pecado, no morirás. El perdón de Dios no es un juicio inquisidor, sino una amnistía sin condiciones. El perdón de Dios libera.

San Pablo así lo siente. Las leyes están bien, pero al final sólo sirven para acusar y condenar. Nadie es perfecto y nadie puede cumplir todos los mandatos sin fallar. El perfeccionismo moral, sin ayuda de Dios, es imposible y lleva a la neurosis y a la arrogancia. Pero la gracia de Dios ¡es gratuita! Dios ama porque sí, porque quiere, no puede dejar de hacerlo. Este fue el gran descubrimiento de Pablo. No necesitaba ganar méritos para salvarse: le bastaba abrirse al amor de Dios.

Este amor salva, libera, limpia toda culpa, todo error, todo fracaso. Es el amor que Jesús explica a los fariseos, cuando se escandalizan porque una mujer pecadora le lava los pies con perfume, ungiéndolo con devoción. Quien ama mucho deja que fluya en su alma el amor de Dios. ¿La mejor penitencia? ¡Amar! ¿El mejor sacrificio? ¡Un acto de amor! Quizás las mujeres que seguían a Jesús, por estar excluidas y marginadas por la ley, lo entendieron mejor que nadie. Por eso, nos dice Lucas, lo seguían, lo servían con sus bienes y estuvieron a su lado hasta el último momento, sin fallar. Fieles a su amigo. Fieles a su amor. 

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2016-06-02

Dios ha visitado a su pueblo

10º domingo ordinario - C
1 Reyes 17, 17-24
Salmo 29
Gálatas 1, 11-19
Lucas 7, 11-17


En las tres lecturas de este domingo vemos tres momentos en los que Dios interviene directamente en la vida de las personas. ¿Cuándo y cómo lo hace? Cuando la persona está más sumida en la desesperación, o en la confusión, o en la tristeza. Cuando nos ve caer en el abismo, Dios escucha, Dios ve y se compadece, y Dios actúa.

El profeta Elías se aloja en casa de una viuda pobre que tiene un hijo. El niño enferma y muere, y la madre desesperada clama al cielo: ¿Qué tienes que ver con nosotros? ¿Has venido a castigarme y hacer morir a mi hijo? En esta actitud de la viuda vemos dos reacciones muy humanas: por un lado, creer que las cosas malas que nos suceden son un castigo del cielo. Por otro, creer que Dios es un juez implacable que no sólo permite el mal, sino que nos lo inflige. Por desgracia estas dos actitudes: el sentimiento de culpa inmerecida y el temor a un Dios cruel, han empapado las creencias religiosas durante milenios. ¿Qué hace el profeta, como enviado de Dios? Transmitir otro mensaje distinto: una palabra llena de vida que no se queda en mero consuelo, sino en acción. El Dios de Elías es un Dios de vida, de misericordia y amor. Y resucita al niño muerto.

Jesús, muchos años después, también resucitará al hijo de una viuda, en el pueblecito de Naín. La madre, sola y triste, llora. Jesús la consuela, pero no se queda en las meras palabras. Ese «no llores» está cargado de afecto y compasión. Pero va más allá, toma de la mano al niño y lo levanta, vuelto a la vida. De nuevo Jesús ha mostrado la mano amorosa de Dios.

¡Levántate! Estas palabras también están dirigidas a todos nosotros. ¡Levántate de la tristeza, de la rutina, del miedo! Levántate de la vida vacía, sin sentido, de la muerte en vida. Levántate de la tumba del egoísmo, de la tiniebla del desamor. Dios te llama. Basta que te abras a escuchar su voz.

Cuando no escuchamos, como Pablo, que vivía obcecado en su fanatismo religioso, Dios puede actuar con rotundidad. Nos hace caer del caballo para levantarnos renovados, hechos otra persona, capaces de abrir el corazón, dejarnos amar por él y transmitir ese don al resto del mundo. ¡Levántate! Hoy Jesús se dirige a nosotros, estemos donde estemos, con nuestra historia y nuestras circunstancias, nuestros problemas e inquietudes, y nos invita a vivir de otra manera. Nos invita a vivir con mayúsculas. Dios nos quiere vivos, y plenamente vivos. Alegres y llenos de fuerza y deseos de amar. 

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