1 Reyes 19, 16-21
Salmo 15
Gálatas 5, 1-18
Lucas 9, 51-62
Eliseo. Pablo. Juan y
Santiago… y muchos otros. ¿Qué tienen en común? Todos ellos fueron llamados a
anunciar el reino de Dios. Todos ellos, en un momento de sus vidas, tuvieron
que decidir. Y para ello tuvieron que dar un giro radical y romper, en cierto
modo, con su pasado, sus tradiciones, costumbres y ataduras culturales. Eliseo,
labrador, sacrifica sus bueyes, quema el yugo y los ofrece a Dios. Con la carne
prepara un banquete, obsequia a su familia y se despide para seguir al profeta
Elías, que lo ha llamado a ser su sucesor. Pablo, el fariseo fervoroso,
perseguidor de los cristianos, se convierte en el apóstol de Cristo más
entusiasta. De la esclavitud de la ley judía pasa a la libertad de los hijos de
Dios, donde la única ley es el amor.
Jesús amonesta a sus discípulos
y advierte a quienes quieren seguirlo. A Santiago y Juan los riñe para que no
sean fanáticos y respeten a quienes no quieren recibirlos. ¡La libertad de
conciencia es sagrada! El mismo Dios respeta a quienes lo rechazan, ¿cómo no
vamos a hacerlo nosotros? Pero a quienes se sienten atraídos por él les pone el
listón muy alto. Muchas personas se entusiasman con Jesús por su carisma.
Igualmente sucede hoy: puede haber líderes, sacerdotes o misioneros que atraen
con su personalidad vibrante y por su vida de fe coherente y apasionada. El éxito
y el testimonio atraen. Pero pocas personas están dispuestas a las renuncias
que pide el seguimiento de Jesús. ¿Sabrán desprenderse de sus bienes, aceptar
el riesgo, el cambio, la provisionalidad, la crítica, el rechazo? ¿Sabrán
aceptar la cruz?
Quien echa mano del arado y mira atrás no vale
para el reino de Dios, dice
Jesús. Es duro, pero real: quien se aferra a sus seguridades y a sus
prejuicios, sus ideas, sus conceptos, su clan familiar, su dinero… no puede
abrirse a la novedad incesante del Espíritu Santo, que sopla donde quiere y lleva
a lugares insospechados. Para ser cristiano hay que ser libre. Y San Pablo
explica maravillosamente qué es ser libre de verdad: es libre quien vence al
egoísmo. Seguir la carne aquí
significa vivir centrado en uno mismo y buscar solo el propio bien, con lo cual
en seguida saltan los conflictos con los demás y las envidias. Pablo sabe muy
bien lo que ocurre en una comunidad dominada por los egoísmos y el afán de
poder: se devoran unos a otros. En cambio, el Espíritu Santo es un impulso de
amor, de servicio, de unidad, de búsqueda del bien del otro por encima del
propio. La auténtica libertad es vencer al propio tirano: el ego, y entregarse
a amar a los demás. Sed esclavos unos de
otros por amor. El amor al prójimo no es una atadura, sino la ruptura de
todas las cadenas. Porque, como nos recuerda el apóstol, nuestra vocación es la
libertad.
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