1 Reyes 17, 17-24
Salmo 29
Gálatas 1, 11-19
Lucas 7, 11-17
En las tres lecturas de
este domingo vemos tres momentos en los que Dios interviene directamente en la
vida de las personas. ¿Cuándo y cómo lo hace? Cuando la persona está más sumida
en la desesperación, o en la confusión, o en la tristeza. Cuando nos ve caer en
el abismo, Dios escucha, Dios ve y se compadece, y Dios actúa.
El profeta Elías se aloja
en casa de una viuda pobre que tiene un hijo. El niño enferma y muere, y la madre
desesperada clama al cielo: ¿Qué tienes que ver con nosotros? ¿Has venido a castigarme
y hacer morir a mi hijo? En esta actitud de la viuda vemos dos reacciones muy
humanas: por un lado, creer que las cosas malas que nos suceden son un castigo
del cielo. Por otro, creer que Dios es un juez implacable que no sólo permite
el mal, sino que nos lo inflige. Por desgracia estas dos actitudes: el
sentimiento de culpa inmerecida y el temor a un Dios cruel, han empapado las
creencias religiosas durante milenios. ¿Qué hace el profeta, como enviado de
Dios? Transmitir otro mensaje distinto: una palabra llena de vida que no se
queda en mero consuelo, sino en acción. El Dios de Elías es un Dios de vida, de
misericordia y amor. Y resucita al niño muerto.
Jesús, muchos años
después, también resucitará al hijo de una viuda, en el pueblecito de Naín. La
madre, sola y triste, llora. Jesús la consuela, pero no se queda en las meras
palabras. Ese «no llores» está cargado de afecto y compasión. Pero va más allá,
toma de la mano al niño y lo levanta,
vuelto a la vida. De nuevo Jesús ha mostrado la mano amorosa de Dios.
¡Levántate! Estas
palabras también están dirigidas a todos nosotros. ¡Levántate de la tristeza,
de la rutina, del miedo! Levántate de la vida vacía, sin sentido, de la muerte
en vida. Levántate de la tumba del egoísmo, de la tiniebla del desamor. Dios te
llama. Basta que te abras a escuchar su voz.
Cuando no escuchamos, como Pablo, que vivía
obcecado en su fanatismo religioso, Dios puede actuar con rotundidad. Nos hace
caer del caballo para levantarnos renovados, hechos otra persona, capaces de
abrir el corazón, dejarnos amar por él y transmitir ese don al resto del mundo.
¡Levántate! Hoy Jesús se dirige a nosotros, estemos donde estemos, con nuestra
historia y nuestras circunstancias, nuestros problemas e inquietudes, y nos
invita a vivir de otra manera. Nos invita a vivir con mayúsculas. Dios nos
quiere vivos, y plenamente vivos. Alegres y llenos de fuerza y deseos de amar.
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