14º Domingo Tiempo Ordinario – C
Isaías 66, 10-14Salmo 65
Gálatas 10, 14-18
Lucas 10, 1-20
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Los envió por delante, de dos en dos. Jesús envía a sus discípulos en misión. ¿A qué?
Les da instrucciones muy claras y concretas, y dos cometidos: curar a los
enfermos y anunciar que el reino de Dios está aquí. Esta, y no otra, es la
misión de todos los cristianos, de todos.
Quizás no nos paramos
mucho a pensar qué significa enviarnos de
dos en dos. Jesús no pide nada imposible a sus amigos. Ni siquiera los
envía solos. La misión de Jesús no es una hazaña para héroes solitarios. Sabe
que las personas necesitamos compañía, ayuda y sostén en los momentos de
debilidad. Sabe que necesitamos afecto y comprensión. La misión de Jesús se
sostiene en la amistad. Por eso no envía a nadie solo, sino en equipo. ¡Qué
diferente es trabajar codo a codo con alguien cercano, amigo, con quien
compartir el propósito de tu vida y los avatares de cada día, alegrías y penas,
salud y enfermedad! Los matrimonios que duran largos años saben bien de esto,
así como esas pocas y valiosas amistades que casi todos cultivamos y
conservamos como auténticos tesoros en nuestra vida.
No estamos solos. Dios es
una comunión de tres y nos ha hecho a su imagen: creados para compartir,
convivir, dar y recibir amor. El mismo Jesús no fue un solitario: contó con un
grupo para iniciar su gran familia humana, la Iglesia. Y un grupo que, como
todos, estaba lleno de defectos y fragilidades. Los discípulos no eran mucho
mejores que nosotros, humanamente hablando, ni estaban mejor preparados que nosotros. Aún y así, Dios contó con ellos. Y
cuenta con nosotros hoy. Pero podemos protestar: tal como está el mundo, ¿cómo
predicar el reino de Dios? En medio de tanta guerra, terrorismo, corrupción
política, hambre y refugiados… ¿Dónde está el reino de Dios? Quizás ni siquiera
nosotros terminamos de creer en él.
¿Cómo anunciar algo en lo
que no creemos? El evangelio, ¿no suena a fábula buenista o a opio para
adormecer las conciencias? ¿No será un «consuelo para tontos»? Pues no. No lo
era hace dos mil años y no lo es hoy. El reino de Dios es real y está por todas
partes, ¡qué ciegos y torpes somos de no verlo! ¿Dónde? Allí donde lo dejamos crecer.
Allí donde haya dos o más en mi nombre,
allí estoy yo. Allí donde dos o más se aman allí está el reino. Allí donde
un matrimonio, dos amigos, dos hermanos o dos desconocidos que se quieren y se
ayudan, allí hay cielo. ¡Hay tantos cielos escondidos en el mundo! Como
pequeñas hogueras, es nuestro deber alentarlas, comunicarlas y prender otras
nuevas. Esa es nuestra misión. Acompañados de Jesús, el amigo que siempre está
presente en la eucaristía. Nunca estamos
solos. Y siempre hay lugares donde anunciar el reino. Como dice el salmo:
¡Alegrémonos con Dios! Tenemos muchos motivos para ello. Cuando trabajamos por el reino, sin cesar y sin desfallecer, aunque podamos equivocarnos, Dios tiene en cuenta nuestra voluntad y nuestro esfuerzo: nuestros nombres están inscritos en el cielo.
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