2017-11-03

Dicen, pero no hacen

31º Domingo Ordinario - A

Malaquías 1, 14b-2, 2-10
Salmo 130
1 Tesalonicenses 2, 7-13
Mateo 3, 1-12


Las tres lecturas de este domingo son un toque de atención. Nos avisan sobre el peligro de una fe que se queda en las palabras, en la doctrina y en los rituales, sin llegar a traducirse en un cambio vital. Y nos animan a convertir esa palabra de Dios, una palabra llena de vida, en hechos y obras que sean coherentes con lo que creemos.

El profeta Malaquías acusa a los sacerdotes que han fallado al pacto con Dios. Su conducta y mal ejemplo causan escándalo entre los fieles, pues aplican las leyes a su gusto y conveniencia. La denuncia del profeta es dura: ¿No tenemos un mismo padre? ¿No nos creó el mismo Dios? ¿Por qué nos traicionamos unos a otros profanando la alianza de nuestros padres? Podríamos hablar de quienes han utilizado la religión para servir a sus intereses, para justificarse o para ganar poder y prestigio, aún a costa de los demás. Esto ha sido una constante en la historia: valerse de la religión como herramienta de poder. Los sacerdotes y las personas con responsabilidad eclesial, sean laicos o consagrados, son los que corren más riesgo. Cuando la Iglesia cae en estas actitudes, está traicionando el evangelio y la voluntad de Dios, que desea hacer llegar su amor a toda persona, sin excepción.

Jesús recoge estas ideas y avisa contra los fariseos y escribas que predican mucho y exigen que todos cumplan la Ley, pero luego su vida no es coherente con lo que dicen. Arremete contra los que cumplen con los preceptos religiosos y las devociones de forma muy visible, para ser notados y bien considerados. Es la religiosidad de la fachada, otra actitud en la que los creyentes podemos caer a menudo. En realidad, no estamos honrando a Dios sino a nosotros mismos; la vanidad enturbia nuestra fe. También avisa con el peligro de endiosamiento de los líderes religiosos, que pretenden ser maestros, padres, autoridades… cuando el único maestro y padre es Dios mismo.

San Pablo nos muestra otra forma de vivir la fe, llena de delicadeza, ternura y solicitud hacia los demás. Dando sin exigir nada a cambio, cuidando de las personas, preocupándose no sólo por su vida espiritual, sino por su bienestar material. San Pablo también agradece a la comunidad de Tesalónica su acogida, pues han sabido escuchar la palabra como auténtica palabra de Dios. Y esto es importante: es una palabra que no sólo explica algo, sino que tiene el poder de transformar vidas. Quienes la acogen, no serán los mismos.

Reflexionemos hoy si nuestra vida es coherente y refleja con transparencia nuestra fe. ¿Vivimos una religión de apariencias, para quedar bien o tranquilizar nuestra conciencia? ¿Utilizamos la religión como arma de poder o para sentirnos superiores? Si tenemos algún puesto de responsabilidad, ¿usamos de nuestro ascendente para tener poder e influencia sobre los demás?

¿Cómo vivir una fe auténtica y sincera, convirtiendo el evangelio en vida? Jesús nos da la clave. Es una herramienta poderosísima y sencilla, pero que pide de una voluntad libre y decidida: ser humildes. No buscar reconocimiento ni honores. No juzgar, y mucho menos, criticar y condenar al otro. Ser últimos, servidores, discretos. Ceder el paso. Sentirnos hermanos, iguales, ni mejores ni peores que los demás. Y descansar en Dios, nuestro Padre, depositando en él toda nuestra confianza. 

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