32º Domingo Ordinario - A
Sabiduría 6, 12-16
Salmo 62
1 Tesalonicenses 4, 13-18
Mateo 25, 1-13
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Hay una palabra clave que
aparece en las tres lecturas de este domingo: encuentro. La segunda idea que se nos propone es la de sabiduría.
¿Qué es la sabiduría?
Lejos del saber intelectual y erudito, la sabiduría es más bien una actitud que
nos lleva hacia una vida plena. El sabio busca, escucha y está atento a lo que
deviene a su alrededor. El sabio aprende, experimenta y saborea. Y la sabiduría,
como dice la primera lectura, sale al encuentro
del que abre su mente y su corazón.
La sabiduría se convierte
en un arte de vivir, y no es posible cultivar este arte sin entender el encuentro. El encuentro es vital:
necesitamos, para ser nosotros, encontrarnos con los demás. El yo necesita un
tú; el otro nos ayuda a crecer y a ser completos, a ser persona. Y aún más
allá: necesitamos encontrarnos con nuestra fuente, el origen que nos da el ser
por puro amor, Dios. No podemos desligar la sabiduría de este encuentro con
Dios y con los demás.
San Pablo en su carta a
los tesalonicenses nos revela cuál será nuestro destino. La muerte no tiene la
última palabra. Cristo nos espera para resucitar con él y vivir otra vida, en
una dimensión inmensa, “siempre con el Señor”. El cielo será un gran encuentro, una fiesta donde gozaremos
eternamente del amor que nos creó y nos salvó, junto con muchos otros, la
humanidad resucitada.
Jesús, con la parábola de
las vírgenes prudentes, utiliza de nuevo la imagen del cielo como un banquete
de bodas. El esposo es él, ¡viene al encuentro
de todos! Sólo necesita una cosa de nosotros: que le esperemos, que estemos
atentos para acudir a su llamada. Las vírgenes prudentes toman aceite y velan
porque esperan y desean este encuentro. Nos recuerdan a la amada del Cantar de
los Cantares, que recorre valles y montes en búsqueda de su amado. Quien ama
mucho piensa mucho, dice santa Teresa. Y es precavido, toma medidas, emplea
recursos. Este es el aceite de las lámparas. No se puede ser negligente a la
hora de amar. Las vírgenes necias quizás también querían entrar en la boda…
Pero su conducta no ha acompañado a su deseo. Sus obras no han sido acordes con
su aspiración. ¿Quizás no amaban lo suficiente? ¿No anhelaban el encuentro con
la misma pasión que las otras? No podrán entrar en el banquete, no porque el
novio las castigue. Es su falta de amor y su dejadez la que les ha cerrado la
puerta. El cielo no cierra las puertas a nadie… pero nuestro egoísmo puede
impedirnos la entrada.
Escuchemos y meditemos
esta parábola y las promesas de vida que nos recuerda san Pablo. ¡Tenemos tanto
por lo que amar y estar agradecidos! Respondamos a Jesús, este dulce esposo que
nos llama y nos invita. Acudamos con diligencia a su llamada. Esperemos, cuando
la noche es oscura y sentimos el silencio de Dios. Aguardemos en pie, con las
lámparas encendidas, aunque sintamos aridez en el alma. Llegará un día en que
se abrirá una puerta, y seremos llamados al gozo de nuestro Señor.
1 comentario:
Un hombre soñó que andaba con Cristo por la orilla del mar mientras miraba su vida pasada en el cielo. Entonces se dio la vuelta y vio que durante casi toda su vida había cuatro huellas en la arena, las suyas y las de Cristo, excepto en los peores momentos donde sólo había dos huellas. Y le dijo a Jesús: --“Prometiste que recorrerías el camino conmigo, ¿por qué me abandonaste cuando más te necesitaba?” Jesús le contestó: --“Si solo hay dos huellas en la arena en los momentos más duros de tu vida, es porque yo te llevaba”.
Eso pensaba yo de Jesús hace muchos años, cuando comprendí que Él me llevaba y que yo no estaba solo.
Volví a soñar para pedirle, además de que no me abandonara, me diera sabiduría para conocer cuando y por dónde Él me llevaba.Y ahora sé que Él me escuchó.
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