Proverbios 9, 1-6
Salmo 33
Efesios 5, 15-20
Juan 6, 51-58
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Comer el pan de Cristo
El evangelio de hoy continúa el
discurso de Jesús sobre el pan. Cuando la gente se extraña y se pregunta cómo
va a ser él pan para que lo coman, Jesús no afloja en su afirmación, no
transige ni dice que está hablando en plan simbólico. Al revés, afirma con
mayor fuerza que su cuerpo es verdadero alimento, y que quien no come su carne
y no bebe su sangre no tendrá vida. Todavía va más allá: quien come de su carne
habita en él. ¿Cómo podemos entender esto hoy, que somos tan duros de cabeza y
de corazón como los judíos de hace dos mil años?
Comer a Jesús es hacer nuestra su
vida. Habitar en Jesús, y que Jesús habite en nosotros, es una unión tan
completa que ambos nos fusionamos. Como diría san Pablo, ya no soy yo sino Cristo quien vive en mí. Sólo los enamorados y
aquellos que se aman profunda, apasionadamente, pueden entender este lenguaje.
Jesús está hablando el lenguaje del amor en medio de un mundo frío y desamorado,
por eso no lo entienden. Los amantes, ¡claro que entienden lo que significa
«comerse» el uno al otro!
Es una unidad tal que lo que es
de uno es del otro; lo que hace uno lo hace el otro; ambos hablan el mismo
lenguaje… Cuando aprendamos a recibir a Jesús con amor, comprendiendo cómo nos
ama él, empezaremos a entender mejor qué significa «comer a Dios», empezaremos
a asimilar su alimento y este nos transformará desde adentro, igual que una
comida sana nos regenera y nos cura por dentro.
¿Qué consecuencias tiene esto
para nosotros, que comulgamos cada domingo? Parece que no tenemos problemas en
creer que estamos comiendo el cuerpo de Cristo, pero ¿por qué este alimento
supremo nos hace tan poco efecto? ¿Cómo es posible que no nos transforme y nos
mejore más? ¿Qué hay en nosotros que no lo asimilamos? Quizás, al igual que
ocurre con el intestino dañado, que no absorbe los nutrientes, nuestra alma
también está deteriorada o tan obstruida que no podemos absorber a Cristo, que
viene a alimentarnos con su gracia y su amor. ¿Cómo podremos curarnos?
Cómo vivirlo
San Pablo en la lectura de hoy
nos da unos valiosos consejos muy prácticos. «Fijaos bien cómo andáis», empieza
diciendo. Ahora está de moda el llamado «mindfulness» o consciencia plena.
Muchas personas hacen talleres, seminarios y retiros para aprender esta
disciplina milenaria que no es más que ser consciente, aquí y ahora, del
momento presente, saboreándolo al máximo, sin prisas, con los seis sentidos
bien despiertos. Pues bien, San Pablo hace dos mil años ya predicaba algo así.
«Fijaos bien», dice. Es decir, sed conscientes de cómo estáis viviendo y de qué
tiempos estamos viviendo. Miraos a vosotros mismos y mirad a vuestro alrededor.
¿Cómo elegimos vivir? Sabiendo lo que sabemos, teniendo a Cristo como alimento,
¿vamos a vivir como todo el mundo, arrastrados por crisis, problemas y avatares
políticos y económicos? ¡Los cristianos no podemos caer en esto!
«No estéis aturdidos», dice
Pablo. Muchos de nosotros vivimos aturdidos, abrumados y atolondrados por la
prisa, el exceso de cosas que hacer, que comprar, que atender… Las nuevas
tecnologías no han hecho más que aumentar esta bruma mental. Nos llueven
mensajes e impactos informativos de todas partes, nos enganchamos a las
pantallas y no paramos de pensar, decir, contestar… Al final, ya no sabemos ni
lo que hacemos ni por qué. Pablo habla de no embriagarse con vino. Podríamos
hablar de vino, o de cualquier otra adicción que nos enganche, ¡y hay tantas!
Toda sustancia, comida, distracción o actividad que nos ata, nos está
arrastrando y llevando al libertinaje, es decir, hacernos creer que somos
libres cuando somos más esclavos que nunca de nuestra dependencia y adicción. ¡Necesitamos ayuda!
Y, claro, una persona tan
aturdida y llena de adicciones no tiene espacio en su alma para el Espíritu
Santo. No tiene espacio para el amor, para la escucha, para la gratitud…
Siempre quiere más y siempre le falta algo. Pierde la lucidez y la perspectiva.
Se encierra en sí misma y en sus problemas, y deja de ver a los demás. También
pierde u olvida la presencia de Dios en su vida.
«Dejaos llenar del Espíritu»,
dice Pablo. Para dejarse llenar antes hay que vaciarse. Parar, detenerse en
medio del frenesí diario y hacer silencio, externo e interno, es una buena
medicina para el alma, y un buen medio para cambiar nuestra forma de vivir.
Primero, silencio y vacío…
Pero, después, cuando poco a poco
el agua viva de Dios nos va llenando, dejemos también que surja el cántico. Del
silencio surgen la alabanza, la gratitud, el gozo exultante, porque nos sabemos
y nos sentimos amados infinitamente. «Dad siempre gracias a Dios Padre por
todo», continúa Pablo. Una oración de sincero agradecimiento es milagrosa,
porque implica reconocer lo que Dios hace por nosotros y, además, aceptar su
amor. Y esto sí que puede cambiar nuestra vida, más que cualquier otra técnica
mental o práctica voluntarista.
Vivir atentos, liberarnos de
adicciones, hacer silencio, orar con gratitud y alabanza: he aquí un camino de
cinco pasos que San Pablo nos propone para transformarnos y llegar a vivir con
plenitud nuestro ser hijos amados de Dios.
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