Éxodo 16, 2-15
Salmo 77
Efesios 4, 17-24
Juan 6, 24-35
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Tras leer la multiplicación de
los panes, la lectura de hoy es como una contrarréplica del milagro. La gente
ha quedado entusiasmada y busca a Jesús. Esta vez Jesús no les dará de comer
pan, pero les va a dar otro alimento: una lección profunda sobre lo que
necesitan de verdad si quieren vivir de manera nueva.
Jesús da un toque de atención a
la gente. Es muy realista y conoce bien la naturaleza humana: Vosotros no venís
por mi palabra, sino porque habéis comido hasta hartaros, les dice. Con esto,
Jesús recuerda la primera tentación del desierto: convertir las piedras en pan.
Es una tentación de la Iglesia reducir su acción a dar comida a los pobres y a
llenar barrigas. Sí, el pan es necesario, y vemos que Dios es el primero que se
apresura a darnos comida. Pero eso no lo es todo. No sólo de pan vive el hombre. Si queréis una vida plena, que valga
la pena, hace falta algo más. La Iglesia no puede limitarse a dar de comer, y
eso el papa Francisco lo recalca a menudo. No somos una ONG más.
Las gentes, que escuchan a Jesús,
preguntan. Entonces, ¿qué pan necesitamos para vivir? Jesús les va enseñando
paso a paso, respondiendo a sus preguntas. Hacer la voluntad de Dios es su
alimento, y también es el alimento para todos nosotros. ¿Por qué? Porque la
voluntad de Dios, en el fondo, es que todos vivamos en plenitud, floreciendo y
dando lo máximo de nosotros mismos, como lo hizo Jesús.
Pero a las gentes no se les puede
andar con filosofías. Cuando le preguntan a Jesús que deben hacer, él es muy
claro: Creed en mí. Creed en aquel que envía el Padre. Y creer no sólo es
creer, sino confiar, prestar atención, imitar y seguir. Creer en Jesús es
querer vivir como él, haciendo lo que él hacía. Esto es tomar a Jesús como pan:
hacer nuestra su vida. Quien sigue los pasos de Jesús camina hacia la vida
plena.
San Pablo en su carta a los Efesios lo explica con otras
palabras, que quizás nos resulten más modernas. Renovaos por dentro. Jesús está
con nosotros. Lo conocemos, lo tomamos cada domingo, ¿cómo es posible que esto
no nos cambie? ¿Cómo podemos vivir igual que la gente no creyente, preocupados
por las mismas cosas, estresados y afanándonos por lo mismo? ¿Cómo es posible
que nuestra vida siga girando en torno al dinero, el trabajo, el éxito, el
consumismo, el miedo, la angustia por el futuro? ¿Es que no creemos en Jesús?
¿No nos hemos tomado en serio el vivir como él, amando, dándolo todo, confiando
totalmente en la bondad del Padre? ¿Dónde está el centro de nuestra vida?
Renovaos en mente y en espíritu,
dice Pablo, y vuestra vida será nueva. Todos nosotros llegamos a una edad en
que nos sentimos cansados, gastados, desanimados. Envejecemos, por fuera y por
dentro. El cuerpo puede deteriorarse… pero nuestra alma, si está llena de
Cristo, ¡no puede arrugarse! No puede secarse ni encogerse. No puede dejar de
crecer. Revestíos de vuestra nueva naturaleza, dice Pablo. ¡Sois cristianos,
ungidos, amados, alimentados de Dios! Si comemos a Cristo, él forma parte de
nosotros. ¿Cómo podemos seguir con las mismas obsesiones y atascos de siempre?
Somos nuevos. Deberíamos serlo. Dejémonos renovar. Cada domingo Dios nos envía
su maná, su mejor pan, su propio Hijo. Comemos a Dios. Hagamos porosa nuestra
alma para que podamos asimilar su vida. Y no tenemos que hacer más: creer,
confiar, abrirnos a su amor. Él nos renovará.
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