Números 11, 25-29
Salmo 18
Santiago 5, 1-6
Marcos 9, 38-48
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El evangelio de hoy es muy rico en contenido y toca al menos
tres temas importantes. La primera enseñanza enlaza con la primera lectura del
libro de los Números. ¿Qué nos enseña Moisés, en el Antiguo Testamento, y Jesús
en el Nuevo?
Nadie tiene la exclusiva de Dios
En la primera lectura vemos cómo Moisés y los ancianos se
llenan del espíritu de Dios en el monte y empiezan a profetizar. Pero ¿qué
ocurre en el campamento? Que dos hombres, que no se encuentran en ese grupo de ancianos
selectos, también se llenan del espíritu divino y profetizan. Josué se lo
quiere impedir, ¡con el celo propio de un discípulo fervoroso! Y Moisés lo
reprende. ¿Quién somos los hombres para poner coto al espíritu de Dios? Es muy
libre de descender e inspirar a quien quiera, aunque no forme parte de una
élite de sacerdotes o profetas.
En el evangelio, los discípulos Juan y Santiago, los hermanos
impetuosos, apodados hijos del Trueno,
se enfadan porque han visto a uno curando en nombre de Jesús, «y no es de los
nuestros». Se lo quieren prohibir, pero Jesús los reprende: «No se lo
prohibáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre puede luego hablar mal
de mí. Pues el que no está contra nosotros está a favor nuestro».
En estos dos episodios podemos ver una actitud que es un
riesgo en el que podemos caer los cristianos, tanto en las parroquias como en
los movimientos. Por estar cercanos al Señor podemos creernos elegidos,
especiales y favoritos. Entonces tendemos a cerrar nuestro círculo de adeptos y
excluir a los que no son «de los nuestros». Es el elitismo propio de quienes se
sienten superiores. Y, aunque ciertamente estemos cercanos al Maestro, no es
esto lo que Jesús nos ha enseñado. Al contrario, Jesús nos muestra que quien
quiera ser el primero debe ser el servidor de todos y ponerse atrás, no para
dominar sino para ayudar. El orgullo de casta se aleja del espíritu cristiano.
El Espíritu Santo es libre y va a donde quiere y a quien
quiere. Dios reparte con generosidad sus carismas y puede darlos a personas que
quizás juzgamos como poco dignas, poco preparadas o alejadas de nuestra forma
de pensar. El papa Francisco alerta contra una Iglesia cerrada en sí misma,
autorreferencial, que se cree única en la posesión de la verdad. La Iglesia es
familia querida por Dios, pero como grupo humano no podemos tener la pretensión
de encerrar a Dios en nuestros muros. No podemos aprisionar al Espíritu Santo
ni podemos poner barreras a su acción en el mundo. Nadie tiene la exclusiva de
Dios. Él puede actuar por medio de las personas y situaciones más inesperadas.
No escandalizar, vencer el apego
A los que estamos comprometidos en la evangelización, Jesús
nos dirige palabras exigentes. No demos escándalo a las gentes sencillas que
creen con intención limpia. Seamos honestos y transparentes de intención. No nos
aprovechemos de nuestra posición de autoridad, si la tenemos, o de nuestro
ascendente moral, para servir a nuestros intereses.
Jesús sigue con un discurso que puede parecer muy duro: «Si
tu mano te hace pecar, córtatela. Más te vale entrar manco en la vida que con
las dos manos arder en el fuego que no se extingue…»
¿A qué se refiere Jesús? Hay que entender este lenguaje no
en sentido literal, sino comprender qué significa esa mano pecadora, ese fuego.
Jesús nos está hablando de todo aquello a lo que estamos apegados y que nos
impide seguirlo, o entregarnos totalmente a hacer el bien. Son costumbres,
adicciones, posesiones materiales y actitudes que se nos han pegado al alma y
nos frenan en el crecimiento espiritual. Hay que ser dueño de lo que tenemos y
mantener el espíritu libre y desprendido.
Santiago, en la segunda lectura, es mucho más claro. Él habla
de la codicia y el apego al dinero, al confort, a la riqueza. Nos habla del
afán de lucro y de la injusticia. Es muy humano anhelar una cierta holgura
económica, y Dios no quiere que nos privemos de lo que necesitamos, y de algo
más. Pero lo que nos mata el alma lentamente es considerar el dinero como lo central
y lo más importante de la vida, en torno al cual gira y se supedita todo lo
demás. Adorar al dinero y las riquezas nos pierde y nos aleja de Dios, y también
nos aleja de los hermanos. Estos son las manos y los pies que Jesús nos pide
que cortemos. Seamos libres para no dejarnos atar por ellos, y podremos entrar
en el Reino de Dios sin lastre en el corazón.