Isaías 50, 5-9
Salmo 114
Santiago 2, 14-18
Mateo 8, 27-35
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Continuamos leyendo al apóstol Santiago en la segunda
lectura. La de hoy es tan rotunda, tan clara y tan importante para los
cristianos, que no podemos dejar de comentarla.
«¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar?»
El apóstol pone un ejemplo, algo que podemos vivir también
hoy, que vemos tanta pobreza y necesidad a nuestro alrededor. Si tenemos fe en
Dios pero no hacemos nada por socorrer al necesitado, ¡qué vacía y hueca es
esta fe! Es como decir que amamos al Padre, pero ignoramos a nuestros hermanos.
¿Puede estar contento el padre cuando sus propios hijos son insolidarios entre
ellos? ¿Qué mejor manera de amar a Dios que amándonos y cuidándonos unos a
otros? Si realmente queremos a Dios como Padre, lo demostraremos queriendo lo
que más quiere él, que son sus propios hijos.
Hay otras maneras de demostrar la fe verdadera con obras. En
la primera lectura de hoy vemos un fragmento de uno de los llamados Cantos del
Siervo del Señor, del profeta Isaías. El siervo, hombre que ha servido a Dios
con su palabra y con su vida, se ve afrontando el rechazo, el desprecio y la
burla de sus semejantes. Y, sin embargo, continúa firme en su misión. Es fácil
tener fe cuando las cosas van bien, pero muchas personas pierden la fe cuando
les sucede una desgracia, o cuando ser creyente supone ganarse el rechazo y los
prejuicios de la sociedad. También es fácil tener una fe privada y cómoda,
discreta, que no se atreve a anunciar a Dios ante el mundo. ¡Cuánto nos cuesta
ser portadores de la buena nueva! La fe se revela en el coraje. Quienes
perseveran en medio de las dificultades demuestran con su fidelidad que su fe
va más allá de una ilusión. La auténtica fe se prueba en las tormentas.
La fe también se prueba en la cruz. En el evangelio
encontramos un conocido episodio: Jesús pregunta a sus discípulos quién dice la
gente que es… para, después, preguntarles directamente quién es él para ellos.
Hoy también podríamos hacernos esta pregunta. ¿Quién es Jesús para nosotros? No
valen las respuestas aprendidas del catecismo, de nuestras lecturas, de lo que
nos han enseñado… ¿Qué significa, de verdad, Jesús en nuestra vida?
La respuesta de Pedro está inspirada por la fe, un regalo de
Dios. Pedro cree que Jesús es el Hijo de Dios, su enviado, su ungido. Pero la
fe de Pedro es aún débil. Es una fe marcada por el éxito: Jesús es un maestro
reconocido y admirado por sus predicaciones y sus milagros. Todo parece ir
sobre ruedas y ellos, los discípulos, son abanderados de un líder triunfante.
¡Qué poco imaginan lo que sucederá en Jerusalén!
Por eso Jesús les quita el velo de los ojos. «El hijo del
hombre tiene que padecer mucho… ¡Quita de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como
los hombres, no como Dios!»
Son palabras duras, pero realistas. Sí, es fácil tener fe en
Jesús en medio del éxito. Pero ¿y ante el fracaso? ¿Mantendrán su fe ante la
persecución, ante la tortura, ante la muerte? Decimos que es humano buscar el
éxito y huir del dolor. Pensar como los hombres es lógico. Pero los cristianos
estamos llamados a algo más: a pensar como Dios. Y pensar como Dios es
mantenerse fiel en medio de la borrasca, cuando parece que no hay motivos para
creer; es fiarse cuando no se ven razones para confiar; es esperar contra toda
esperanza. Como decía san Juan de la Cruz, la auténtica fe es creer en la noche,
sin tener evidencias, a oscuras. Claro que sabemos que al final vendrá la
alborada. Jesús también avisó a sus discípulos que, tras la muerte, resucitaría.
Pero en aquel momento no pudieron entenderlo. Tampoco lo entendieron en las
horas de la Pasión, cuando todos huyeron acobardados y aquel Pedro, que había
confesado su divinidad, lo negó tres veces.
Es hermoso y duro admitir que nuestra Iglesia se sustenta
sobre pilares tan frágiles… Tan vulnerables y movedizos como nosotros mismos,
¡tan humanos!, pero sobre una piedra angular firme, que es Jesús, y que nadie
podrá abatir.
¿Qué podemos hacer hoy, para fortalecer nuestra fe?
Alimentarla con obras, como nos exhorta el apóstol Santiago. La fe como
sentimiento es voluble; como idea sola es fría. Si la llenamos de buenas obras,
de compasión, de atención al pobre, de generosidad, entonces le daremos corazón
a la fe. Será una fe viva y con cuerpo. Pondremos nuestra vida real, de cada
día, en armonía con lo que creemos. ¿Cuesta hacerlo? Tenemos el mejor alimento,
el mejor motivador, que cada semana nos espera en la eucaristía para
fortalecernos e inspirarnos. ¡No le fallemos!
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