2019-01-10

Ungidos por Dios

El Bautismo de Cristo  - ciclo C

Lecturas:
Isaías 42, 1-7
Salmo 28
Hechos 10, 34-38
Lucas 3, 15-22

Homilía

Las lecturas de hoy se centran en el bautismo, el primer sacramento de la fe cristiana. Todos hemos asistido a algún bautizo. No recordamos el nuestro, pues casi siempre éramos muy pequeños, pero hemos visto fotografías y recuerdos. Sabemos que el bautismo es la ceremonia que nos hace, oficialmente, cristianos, y en la que se nos da un nombre. También se nos enseña que por el bautismo somos lavados del pecado original. En el caso de los bautismos adultos, además borra todos los otros pecados. Pero más allá de las catequesis básicas, ¿ahondamos en el significado que tiene este evento? ¿Qué nos dice el bautismo?

Por otra parte, hoy celebramos el bautismo de Cristo. Puede parecer algo contradictorio. ¿Necesitaba bautizarse Jesús, si ya era Dios y no tenía pecado? ¿Por qué Jesús quiso bautizarse? ¿Qué significa esa voz salida del cielo, ese Espíritu que desciende sobre él como una paloma? ¿Qué ocurrió realmente en el Jordán?

La escena, que nos narra Lucas, explica que mientras era bautizado, Jesús oraba. Recibió el agua en un estado de oración, de unión íntima con el Padre. Y en ese momento es cuando desciende el Espíritu y la voz clama: «Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco».

Las pocas veces que el evangelio reproduce la voz de Dios Padre, el mensaje es casi siempre el mismo. Es una exclamación de amor y reconocimiento hacia su hijo. En el Bautismo, Jesús recibe un mensaje que lo llena de fuerza para iniciar su misión. Es la palmada en la espalda, el abrazo de despedida de su padre, el ¡ánimo, adelante!, que necesita.

San Pablo lo explica con estas palabras: «Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.» ¿Qué quiere decir ungido? Ungidos eran los reyes y los sacerdotes, con óleo santo, para ser consagrados. Ungido significa pertenecer a Dios. Pero ungir también es un acto de cuidado personal, con aceite fragante, nutritivo y protector. Ungido es ser acariciado, cuidado por Dios. Este amor es el que da toda la fuerza, todo el poder sanador y liberador de Jesús. Es el mismo amor que Jesús dio también a sus apóstoles, y el mismo que recibimos todos los cristianos al ser bautizados.

Sí, en el bautismo, Dios nos mira con amor y nos dice: Tú eres mi hijo amado, mi hija amada. Tú me llenas de alegría, ¡eres mi gozo! No nos da órdenes, ni nos dice «quiero que seas así», o «haz esto», o «pórtate de esta manera». Dios nos ama tal como somos, de forma incondicional. Su primer y más fundamental mensaje no es otro que este: «¡Te quiero!» Con la fuerza que nos da el ser tan amados, podemos crecer, podemos salir al mundo y atrevernos a dar lo mejor de nosotros mismos, sin miedo. Hay un amor más grande que todo el universo, un amor que ha sido derramado sobre nosotros con el agua bautismal, y este amor nos alimenta y nos sostiene, siempre.

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