13º Domingo Ordinario - C
Lecturas:
Reyes 19, 16-21
Salmo 15
Gálatas 5, 1.13-18
Lucas 9, 51-62
Homilía:
Cuando las personas llegamos a cierta edad, a veces siendo
aún muy jóvenes, nos preguntamos qué queremos ser y qué queremos hacer de
nuestra vida. Nos planteamos lo que se llama el propósito vital, el norte que
orientará nuestros pasos. Tener este propósito es como tensar el arco y apuntar
con la flecha. Quien camina con propósito podrá tener tantos problemas como
cualquier otro, pero tendrá una vida vibrante, densa y una fuerza interior que
le permitirá superar cualquier obstáculo.
Cuando nos planteamos nuestro propósito no centrados en
nosotros mismos, sino en servir a los demás, es cuando nos abrimos a una
llamada que puede ser inesperada y vertiginosa. Es lo que le sucedió a Eliseo,
como vemos en la primera lectura, llamado por el profeta Elías a ser su
sucesor. Eliseo tenía propiedades y bienes, estaba labrando un campo con doce
yuntas de bueyes, nada menos. Pero supo
dejarlo todo atrás. Sacrificó los bueyes, quemó los arados y repartió la carne
de los animales. Después se fue tras su maestro. Ese sacrificio y ese fuego son
todo un gesto de libertad. Eliseo dejó todo su patrimonio, pero ganó algo mucho
mayor: una misión.
Jesús, como vemos en el evangelio, también llamó a muchas
personas. No todas respondieron como los doce. Algunos lo rechazaron
violentamente, pero él no quiso enviarles castigo alguno, tal como querían
hacer sus discípulos. Respetó su libertad de decir no. Otros no se negaron
abiertamente, pero pusieron excusas y pretextos. Y otros, que parecían muy
entusiasmados, quizás luego se echaron atrás cuando Jesús les explicó las
condiciones de su seguimiento.
Para seguir a Jesús hay que ser libre. Y para ser libre hay
que romper las ataduras. No quiere decir esto destruir literalmente nuestros
bienes, o dejar todas nuestras propiedades, sino ser libre de ellos, de manera
que no nos impidan hacer nada de lo que estamos llamados a hacer. Que las cosas
que tenemos no nos impidan amar, entregarnos y servir a los demás. Que no haya
cosas, ni dinero, ni obligaciones que puedan interponerse entre nosotros y
nuestra vocación.
Pablo, que escribe a su comunidad de Galacia, formada por
hombres y mujeres como nosotros, lo explica claramente. Creo que este texto de la
segunda lectura de hoy deberíamos leerlo y meditarlo muy despacio, porque es
crucial para cualquier familia, parroquia, movimiento o comunidad. Veámoslo
frase por frase.
Para la libertad nos ha liberado Cristo. Quizás olvidamos que la primera misión de Jesús,
dicha por él mismo en Nazaret, es liberarnos. ¿Liberarnos de qué? Cada cual
conoce sus esclavitudes, físicas, morales y emocionales. Jesús nos libera de
todas. Quiere que seamos libres como él. Libres para entregarnos. Libres para
amar.
Manteneos, pues, firmes, y no dejéis que
vuelvan a someteros a yugos de esclavitud. Vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la
libertad. ¿Quién nos
quiere esclavizar? El mundo. Bajo un disfraz de libertad, los poderes del mundo
nos ofrecen promesas de falsos cielos, y así nos esclaviza el dinero, el ocio,
las tecnologías, las distracciones, las compras, necesidades inventadas que no
son tales… Estamos estresados porque, en realidad, vivimos agobiados bajo mil
pequeñas y grandes esclavitudes. Y nosotros, nos dice Pablo, hemos sido
llamados a la libertad. Salir de la corriente de la moda, el consumismo y el
frenesí del mundo es empezar a vivir esta libertad. El mundo es ruido, es
velocidad, es egocéntrico, no escucha, no piensa, sólo persigue el propio
capricho, el corto plazo, la emoción rápida… Nada de profundidad, nada de
silencio, nada de pensar en los demás antes que en uno mismo. Sí, los
cristianos, o vamos a contracorriente o nos hemos olvidado de lo que significa
nuestro nombre.
Ahora bien, no utilicéis la libertad
como estímulo para la carne; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor. Pablo nos avisa. La libertad es una palabra tan
manchada y malinterpretada que podemos utilizarla para cubrir nuestro egoísmo.
Esto es lo que significa el concepto carne
en san Pablo: el culto a uno mismo. Ser libres no significa desentenderse de
los demás y vivir sin preocuparse por nadie, sin vínculos ni obligaciones. Ser
libres no es destruir los lazos familiares ni las relaciones, sino
transformarlas con amor. Está claro que
el amor, si no es libre, no es amor. Y si una familia está atada por relaciones
que no son de amor y de servicio unos a otros se puede convertir en una cárcel.
Cuando deja de haber amor empieza a haber poder, sumisión y manipulación. Por
eso Pablo utiliza la expresión tan fuerte: sed
esclavos unos de otros por amor.
Porque toda la ley se cumple en una sola
frase, que es: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Pero, cuidado, pues mordiéndoos y devorándoos
unos a otros acabaréis por destruiros mutuamente. Y aquí Pablo no puede ser más claro. Nos recuerda el
mandamiento básico de la ley hebrea, la regla de oro universal, y nos advierte
contra las luchas internas que se pueden dar en todo grupo. La división interna
y las peleas son el preludio de la destrucción de ese grupo, familia o
comunidad.
Frente a ello, yo os digo: caminad según
el Espíritu y no realizaréis los deseos de la carne; pues la carne desea contra
el espíritu y el espíritu contra la carne. Recordemos: la carne es el egoísmo; el espíritu es la entrega
generosa. No se puede ser egoísta y
buen cristiano a la vez. La clave es
esta: ¿vivimos centrados en nosotros mismos? ¿Vivimos por y para nosotros,
queriendo absorber todo cuanto nos rodea, y utilizar a todos cuantos nos
rodean? ¿O vivimos abiertos a los demás, al mundo, a Dios? ¿Vivimos conscientes
de que venimos de Dios, que no nos hemos dado la vida a nosotros mismos y que
todo lo que tenemos es un don que agradecer? ¿Vivimos dispuestos a compartir lo
que hemos recibido? ¿No hemos descubierto, aún, que lo que realmente nos hace
felices es hacer felices a los demás?
Quizás una de las claves para entender el evangelio es
comprender que no podemos separar el amor y la libertad. Que amar y ser libre
no son opuestos, sino indispensables el uno para el otro. Sin libertad no es
posible amar, y el amor nos empuja a liberarnos de todo lo que nos ata para
entregarnos, con pasión y creatividad, a hacer el bien. Sólo quien es libre
puede amar y responder a esa llamada que nos hace Jesús, en todos los tiempos.
Sólo desde la libertad se puede decir: ¡Sí!
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