El Cuerpo y la Sangre de Cristo - C
Lecturas:
Génesis 14, 18-20
Salmo 109
1 Corintios 11, 23-26
Lucas 9, 11b-17
Homilía
Las lecturas de hoy nos hablan del gesto central que define
nuestra fe cristiana. Creer en un Dios Creador es común no sólo al cristianismo
sino también a otras religiones, especialmente las monoteístas (judaísmo e
Islam). Considerar a Jesús como un gran hombre o profeta es algo que comparten
muchas personas, incluso no creyentes. Pero creer en Jesús, no sólo como
hermano nuestro en humanidad, sino como hijo de Dios en su divinidad, supone un
paso más. ¿Es suficiente? A los cristianos se nos invita a algo más que creer.
San Pablo recuerda, en su carta a los Corintios, el momento
en que Jesús, en la última cena, parte el pan y reparte el vino. En ese pan y en
ese vino está él. Cuando dice que tomemos su cuerpo y su sangre, Jesús nos está
invitando a algo inmenso: a tomarlo a él como alimento. Si decimos que el
alimento pasa a formar parte de nosotros cuando lo asimilamos, estamos
diciendo, nada menos, que comemos al mismo Dios, y que este pasa a formar parte
de nosotros. Si fuéramos conscientes de verdad, temblaríamos cada vez que
presenciamos la eucaristía, y se nos derretiría el corazón cada vez que vamos a
comulgar. Quedaríamos transformados.
Pero las personas somos duras de corazón y lentas en
asimilar. Necesitamos no una, sino muchas comuniones, mucha perseverancia y tiempo
de oración para ir ahondando en este misterio del Dios que ya no sólo se hace
humano, sino que se hace cosa, para
que lo podamos comer y hacerlo carne de nuestra carne. También necesitamos algo
más: abrirnos a la gracia. Abrirnos a este regalo inmenso que nos desborda y
nos sobrepasa. Y poco a poco, a medida que vayamos abriéndonos a él, Jesús nos
irá transformando. ¿En qué? En otros Cristos. Es decir, en hombres y mujeres
auténticos, valientes, libres y capaces de dar su vida por amor a los demás.
Hacernos semejantes a Dios nos hace plenamente humanos.
«Haced esto en memoria mía», dice Jesús. ¿Qué hemos de
hacer? ¿Tomarlo? Tomarlo y algo más. En la cena, Jesús reparte el pan y reparte
el vino. Pan y vino van pasando de mano en mano, y todos se alimentan de él.
Este momento nos lleva al evangelio que hoy leemos, la multiplicación de los
panes. ¿Qué tiene que ver un gran reparto de pan con la eucaristía? Mucho.
Jesús sabe que tenemos un cuerpo con necesidades físicas.
Por eso se compadece de las gentes y les da de comer. No se queda sólo en el
hambre material, pero no lo ignora. Y ¿qué dice a sus discípulos? ¿Qué nos dice
a nosotros, hoy? «Dadles vosotros de comer.» Dad de comer al hambriento, como
yo lo hice. Jesús multiplica el pan y se multiplica a sí mismo, en cada
eucaristía. Alimenta nuestro cuerpo y nuestra alma. Nuestra misión, en este
mundo, también es alimentar cuerpos y almas de los que padecen hambre.
Parece que entendemos muy bien la necesidad de dar alimento
material, y en esto Cáritas, las parroquias y otras ONG sobresalen, con
verdaderas multiplicaciones de comida para miles de familias empobrecidas. Pero
¿entendemos la otra parte? ¿Entendemos que Jesús también nos está pidiendo que
alimentemos el espíritu, que saciemos el hambre de vida, el hambre de Dios, el
hambre de amor y felicidad de tantas personas que viven a nuestro lado? En los
países “ricos” apenas hay hambre física, o muy poca. Más bien las personas
mueren enfermas por exceso de comida. En cambio, ¡cuánta hambre de afecto, de
escucha, de compañía, de amistad! ¡Cuánta hambre de ternura, de una mirada
amable, de atención, de respeto y consideración! Es fácil dar pan… quizás no
sea tan fácil dar afecto, o coraje, o ánimo, o simplemente, unos minutos de
escucha. A veces permitimos que las personas que viven a nuestro lado, incluso
nuestros seres queridos, pasen hambre de esto.
En esta fiesta de Corpus, dejemos que el pan de Cristo y su
sangre penetren en nosotros y empapen nuestra alma. Que ablanden nuestro
corazón duro. Que nos hagan sensibles y despiertos a las necesidades de los
demás. Asimilemos a Jesús dentro de nosotros. Miremos, sintamos, pensemos como
él. Hagamos como él, seamos generosos. Y demos un paso más, aunque sea pequeño.
Acerquemos a Jesús, el pan del cielo, el pan de vida, a otras personas que,
quizás, no saben qué gran tesoro se están perdiendo, y cuánto bien se les
ofrece gratis. ¿Nos atrevemos a ser apóstoles? ¿Nos atrevemos a responder ante
Jesús cuando nos dice: «haced esto en memoria mía»?
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