2019-09-06

Una petición... ¿imposible?



23º Domingo Ordinario - C

Lecturas
Sabiduría 9, 13-18
Salmo 89
Filemón 9b-10. 12-17
Lucas 14, 25-33

Homilía

Las lecturas de hoy son inquietantes. La primera, del libro de la Sabiduría, nos habla del misterio insondable de Dios. ¿Cómo podemos conocerlo? ¿Cómo saber lo que piensa, lo que quiere, qué planes tiene? Finalmente, el poeta y autor de este libro reconoce que, sin ayuda del Espíritu Santo, la mente humana es demasiado estrecha para comprender los designios de Dios. ¿Cómo comprender el infinito con nuestra pequeña inteligencia limitada? Basta abrazar el misterio y abrirse a su gracia. Así Dios, poco a poco, nos dará luz.

También el salmo 89 pide sabiduría para comprender el misterio de la vida. Deberíamos recordar cada día nuestra naturaleza, tan frágil y efímera. Ser conscientes de nuestra pequeñez y mortalidad nos ayuda a vivir con más sabiduría, serenidad y agradecimiento. Porque, finalmente, no somos dueños de nuestra vida y el solo hecho de existir ya es un milagro por el que dar gracias. Quien vive agradecido se abre a una dimensión mucho más profunda y hermosa de la vida.

Misterio, mortalidad… Todo son temas que nos fascinan y nos inquietan, y muchas veces preferimos dejarlos de lado. Pero son el evangelio y la carta de san Pablo los que, hoy, nos proponen algo mucho más concreto e incómodo. Parece que tanto Jesús como Pablo están pidiendo algo imposible. ¿Qué es?

Pablo, desde la cárcel en Roma, sigue evangelizando. Allí ha conocido a un esclavo fugitivo que se ha hecho cristiano. Pablo decide enviárselo a su antiguo dueño, también cristiano, con un mensaje suyo. Si ya es difícil que el esclavo quiera volver… ¡imaginad la petición de Pablo al amo! Le pide que lo reciba, pero ya no como esclavo sino como hermano en Cristo. Se acabaron los vínculos de esclavitud y posesión: todos somos iguales ante Dios y entre nosotros. Las relaciones humanas ya no son de poder de unos sobre otros, sino de fraternidad, de amor. Pocos textos como este son tan revolucionarios y promotores de la igualdad.

Pero veamos qué pide Jesús. Aún parece más exigente que Pablo. «Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.»

Renunciar al poder y a la posesión de unos sobre otros es difícil, empezando por las familias y siguiendo por los grupos, asociaciones, comunidades, parroquias… Allí donde hay un grupo humano tienden a surgir luchas y competiciones por ver quién manda más, quién influye más, quién es más importante. Jesús, en el evangelio de hoy, nos pide renunciar a lo que más duele, porque estamos apegados a ello. ¿Nos está obligando Jesús a abandonar a nuestra familia? No. En primer lugar, no obliga. Se está dirigiendo a quienes queremos seguirlo. Si no queremos, podemos continuar como estábamos. Pero si de verdad queremos seguir sus pasos, él nos avisa: tendréis que cambiar de prioridades.

¿Hay que desprenderse de los seres queridos? Tampoco dice eso. Jesús nos está diciendo que lo primero, antes que nada, ni nadie, es él.  Después vienen los familiares, y el resto de cosas. También van después nuestras preferencias, ideas e intereses (el yo mismo).

Imaginad una rueda con muchos radios. Si no tuviera un eje bien puesto, los radios se soltarían cada uno por su lado, la rueda saldría rodando sin control y acabaría cayendo. No llegaría muy lejos. Nuestra vida es como una rueda: los radios son todas las relaciones que establecemos con los demás, nuestra familia, nuestro trabajo, nuestros gustos y aficiones. Pero el eje es Cristo. Si él está en el centro, todo se coloca en su lugar, queda bien firme y la rueda avanza. Cristo es el eje que da unidad y coherencia a nuestra vida, y nos permite seguir el camino que él nos propone. Cristo en medio nos permitirá amar mejor a nuestros cónyuges, padres, hijos y hermanos. Nos permitirá trabajar con pasión y responsabilidad. Nos ayudará a afrontar cualquier situación de la vida. Si no lo ponemos a él como prioridad número uno, nos dispersaremos entre mil cosas y no alcanzaremos la meta, que es llegar a los brazos de Dios Padre, viviendo en plenitud su reino.

«Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío», añade Jesús. ¿Qué es la cruz? Cada cual tiene la suya: es esa carga formada por nuestra herencia familiar, social, histórica, por nuestra genética, por nuestras circunstancias limitantes, por lo que nos toca vivir. Es una cruz que no hemos elegido y nos viene impuesta. Hagamos lo que hagamos, siempre la tendremos ahí. Jesús no nos dice que la arrojemos a un lado, o que la ignoremos. Nos dice que la carguemos, es decir, que la asumamos, aceptándola, pero sin dejarnos bloquear por ella. Echar todo ese fardo a la espalda, como hizo él con el pesado madero, y seguirlo con libertad y alegría. No hay cruz que nos pueda impedir seguir a Jesús, si queremos.

En el fondo, el mensaje de Jesús es liberador. Porque él nos ayuda a relativizar las cosas que nos agobian, él nos ayuda a llevar la carga de la cruz, él nos da fuerzas y lucidez para afrontar todas las situaciones que no podemos evitar. Y, al mismo tiempo, nos ofrece un camino de libertad lleno de sorpresas inesperadas. Seguir a Jesús no es una pesada obligación, sino una aventura. Recordemos aquellas palabras suyas: «Sed mansos y humildes de corazón y aprended de mí, pues mi carga es suave y mi yugo ligero».

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