25º Domingo Ordinario - C
Lecturas:
Amós 8, 4-7
Salmo 112
Timoteo 2, 1-8
Lucas 16, 1-13
Homilía
Las lecturas de este domingo no son fáciles. No es porque no
las entendamos: todas ellas nos muestran realidades muy conocidas, tristemente.
Vemos que la usura, la codicia, la explotación del pobre, la corrupción de los
poderosos y el fraude no son algo de hoy, sino lacras tan antiguas como la
humanidad. Si creemos que hoy vivimos en el peor de los mundos, deberíamos leer
a los profetas de la Biblia y veríamos que todos los males de los que nos
quejamos eran el pan de cada día también entonces. Y lo que es peor, la pobreza
flagrante no afectaba a una parte más o menos pequeña de la población, sino a
la inmensa mayoría.
Los profetas, como Amós, dirigieron palabras muy duras a los
ricos y poderosos, que se aprovechaban de la ignorancia de los pobres para
exprimirles hasta la última moneda. Después, los hacían dependientes de su
limosna y terminaban esclavizándolos. ¿Nos resuena todo esto, hoy?
San Pablo en su epístola a Timoteo eleva una oración por los
gobernantes, «para que podamos llevar una vida tranquila y sosegada, con toda
piedad y respeto». ¿No es esto lo que hoy desearíamos? Todos querríamos pedir a
nuestros políticos y autoridades que, en vez de enriquecerse a costa de los
ciudadanos y perder el tiempo en disputas, fueran buenos administradores y nos dejaran
vivir en paz, respetando nuestra libertad, nuestra iniciativa, nuestra
dignidad. Desearíamos que los políticos promovieran la concordia, y no la
ruptura social; la tolerancia, y no el odio; la libertad, y no la sumisión a
sus doctrinas. Desearíamos que promovieran la humanidad plena, incluyendo su
dimensión espiritual y sus aspiraciones más nobles, y no la robotización y la
mercantilización de la persona. Desearíamos que nos considerasen como a personas
con capacidad de pensar y elegir, no como a niños ignorantes y dependientes,
como meros consumidores o piezas que contribuyen al engranaje del sistema; o
aún peor, como números de votos para auparlos en el poder.
Sí, san Pablo y los profetas nos colocan ante la realidad de
los malos gobernantes, que quieren someter a la sociedad para lucrarse y mantenerse
en el poder. Ya vemos que el mundo no ha cambiado tanto… Jesús vino, predicó y
actuó. Resucitó y nos abrió las puertas a una vida nueva y eterna, pero el
mundo todavía necesita convertirse. Porque, en realidad, cada persona que nace,
cada nueva generación humana, necesita la conversión. La misión de la Iglesia
no acaba nunca, porque todos tenemos que nacer de nuevo. A veces, los mismos
cristianos necesitamos re-convertirnos.
Jesús no fue un idealista ingenuo. En la parábola que leemos
hoy nos sorprende elogiando la astucia de los hijos de las tinieblas. Los que
manejan los hilos del mundo para esclavizar a la humanidad son inteligentes. ¡Cómo
saben engañar! ¡Cómo nos seducen con sus discursos benévolos, llenos de
palabras prometedoras! Libertad, desarrollo humano, bienestar, seguridad,
salud, diversión, deseos satisfechos, sueños cumplidos… ¡Cuánto saben los hijos
de la oscuridad! En cambio, los hijos de la luz, que tenemos una noticia
impresionante que dar, un mensaje que puede cambiar el mundo y transformar
nuestra vida de arriba abajo, un amor infinito que supera todos los poderes del
mundo… ¿Qué hacemos? Parece que estamos un poco dormidos, atontados o, lo que
es peor, desanimados. Porque los medios con los que cuenta el poder son
grandes: el exceso de información y las malas noticias nos abruman para que
pensemos con espanto que vivimos en un mundo cruel y no tenemos nada que hacer.
Siempre hay algo que hacer. Jesús nos invita a ser buenos, y
a la vez astutos. La bondad no está reñida con la inteligencia. En realidad, lo
más humano, por excelencia, es la unión de todas estas facultades del alma:
tanto el amor como la razón, tanto la ternura como la sagacidad, tanto la
empatía como el discernimiento. No podemos decir sí a todo, ni dejarnos
arrastrar por la corriente que nos lleva
al abismo. No podemos ceder a las ideologías que quieren deshumanizarnos y que
niegan nuestra naturaleza. Pero siempre hemos de decir sí a la persona, sí al
otro. No estamos programados fatalmente. Hay un alma infinita dentro de cada
uno de nosotros, capaz de amar y de hacer el bien. Nunca perdamos la esperanza,
y trabajemos con toda nuestra inteligencia y creatividad.
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