Las lecturas de hoy se
centran en el bautismo, el primer sacramento de la fe cristiana. Todos hemos
asistido a algún bautizo. No recordamos el nuestro, pues casi siempre éramos
muy pequeños, pero hemos visto fotografías y recuerdos. Sabemos que el bautismo
es la ceremonia que nos hace, oficialmente, cristianos, y en la que se nos da
un nombre. También se nos enseña que por el bautismo somos lavados del pecado
original. En el caso de los bautismos adultos, además borra todos los otros
pecados. Pero más allá de las catequesis básicas, ¿ahondamos en el significado
que tiene este evento? ¿Qué nos dice el bautismo?
Por otra parte, hoy
celebramos el bautismo de Cristo. Puede parecer algo contradictorio. ¿Necesitaba
bautizarse Jesús, si ya era Dios y no tenía pecado? ¿Por qué Jesús quiso
bautizarse? ¿Qué significa esa voz salida del cielo, ese Espíritu que desciende
sobre él como una paloma? ¿Qué ocurrió realmente en el Jordán?
La escena, que nos narra
Lucas, explica que, mientras era bautizado, Jesús oraba. Recibió el agua en un
estado de oración, de unión íntima con el Padre. Y en ese momento es cuando
desciende el Espíritu y la voz clama: «Tú eres mi hijo amado, en ti me
complazco».
Las pocas veces que el evangelio
reproduce la voz de Dios Padre, el mensaje es casi siempre el mismo. Es una
exclamación de amor y reconocimiento hacia su hijo. En el Bautismo, Jesús
recibe un mensaje que lo llena de fuerza para iniciar su misión. Es la palmada
en la espalda, el abrazo de despedida de su padre, el ¡ánimo, adelante!, que
necesita.
San Pablo lo explica con
estas palabras: «Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza
del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el
diablo, porque Dios estaba con él.» ¿Qué quiere decir ungido? Ungidos eran los
reyes y los sacerdotes, con óleo santo, para ser consagrados. Ungido significa pertenecer
a Dios. Pero ungir también es un acto de cuidado personal, con aceite fragante,
nutritivo y protector. Ungido es ser acariciado, cuidado por Dios. Este amor es
el que da toda la fuerza, todo el poder sanador y liberador de Jesús. Es el
mismo amor que Jesús dio también a sus apóstoles, y el mismo que recibimos
todos los cristianos al ser bautizados.
Sí, en el bautismo, Dios nos mira con amor y nos dice: Tú eres mi hijo amado, mi hija amada. Tú me llenas de alegría, ¡eres mi gozo! No nos da órdenes, ni nos dice «quiero que seas así», o «haz esto», o «pórtate de esta manera». Dios nos ama tal como somos, de forma incondicional. Su primer y más fundamental mensaje no es otro que este: «¡Te quiero!» Con la fuerza que nos da el ser tan amados, podemos crecer, podemos salir al mundo y atrevernos a dar lo mejor de nosotros mismos, sin miedo. Hay un amor más grande que todo el universo, un amor que ha sido derramado sobre nosotros con el agua bautismal, y este amor nos alimenta y nos sostiene, siempre.
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