En la Pasión de Jesús los evangelistas se detienen: abandonan su parquedad
para ahondar con detalles en las últimas horas de la vida de Jesús antes de su
muerte. ¡Podemos extraer tanta riqueza meditando estas lecturas! En la Pasión
según san Lucas, que leemos hoy, vemos a muchos personajes alrededor de Jesús.
Los que le condenan, los que se compadecen, el gentío del pueblo que le rodea,
sin comprender nada, las mujeres que lo siguen de lejos. También notamos una
ausencia hiriente: la de sus amigos, sus discípulos, que tan fieles parecían y
ahora le han abandonado.
¿Es posible condenar a Dios? ¿Se puede enviar a la muerte al que es autor
de la vida? Los gobernantes del pueblo no saben cómo quitarse de en medio a
Jesús. Se lo pasan de unos a otros, como un objeto molesto del que hay que
librarse: del Sanedrín a Herodes, de Herodes a Pilato, de Pilato, otra vez, a
los sacerdotes… Sacan toda clase de acusaciones para justificar su muerte. Es
un peligro para el pueblo, dicen. Es una amenaza para su poder. Y saben, por
sus milagros y por la autoridad con que predica, que Jesús es un profeta… o
quizás más que un profeta. Le tienen miedo. En el fondo, ¡Dios les molesta! Tan
endurecido tienen el corazón, que aún clavado en la cruz son capaces de retarle
citando las sagradas escrituras. ¿Dónde está tu Dios, que te ha abandonado?
¿Quiénes acompañan a Jesús en esas horas de terrible soledad, mientras es
sometido a la burla, a la tortura y a la humillación del reo condenado a
muerte? Las buenas mujeres, que lo siguen con discreción. No pueden hacer nada…
¡pero están ahí! El Cireneo, que le ayuda de mala gana. Las hijas de Jerusalén,
que lloran de lástima ante su dolor. Un ladrón, ¡el único que, en medio de las
mofas, sabe ver en él al Hijo de Dios! Y el centurión romano, que se aparta de
la indiferencia de sus legionarios y queda conmovido por la manera en que muere
aquel inocente. Las marginadas, un labrador, un delincuente, un odiado militar
extranjero: estos son los que, más allá de su condición, tienen el corazón
limpio y abierto. Son los primeros que reciben, sin saberlo, la buena noticia de un Dios sorprendente.
Un Dios tan humano, tan apasionado por sus criaturas, que es capaz de morir a
sus manos. Solo un Dios que es amor puede dejarse matar por sus propios hijos.
Por eso la cruz es mucho más que un instrumento de muerte: es la puerta de otra
Vida, una vida inmensa y bella como no acertamos a imaginar. En la cruz muere
más que un hombre justo. En la cruz
empieza a brotar el hombre nuevo que es Cristo y que todos estamos llamados a
ser.
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