2019-04-04

Olvida lo pasado, corre hacia lo nuevo

5º Domingo de Cuaresma - C

Lecturas:

Isaías 43, 16-21
Salmo 125
Filipenses 3, 8-16
Juan 8, 1-11

Homilía


En este quinto domingo de Cuaresma una idea dominante recorre las tres lecturas: dejar atrás lo viejo, el pasado, las ataduras del antes, y empezar de nuevo, lanzándose a correr un camino que lleva a la libertad.

La libertad palpita detrás de todo el mensaje cristiano. Jesús vino para liberar, y no para cargarnos de culpas y remordimientos. En el evangelio de este domingo vemos cómo Jesús libera a la mujer adúltera, acusada en público y condenada a morir apedreada. Los escribas y fariseos querían tenderle una trampa a Jesús. Si exculpaba a la mujer, iba contra la ley. Pero si cumplía la ley con ella, ¿dónde estaba la misericordia de Dios que tanto predicaba? La respuesta de Jesús, tan inteligente, los puso en evidencia. ¿Quién está libre de pecado? ¿Quién puede condenar a nadie? Pero también puso en evidencia cómo es Dios: ¿quién si no él puede absolver y perdonar? Jesús perdona a la mujer y la libera doblemente: de una ley rigurosa e inclemente y del pecado. La avisa: Ve en paz, estás libre. Y no peques más. Porque lo que nos ata, tanto como una ley injusta, es el mismo pecado.

La primera lectura de Isaías relata la alegría del pueblo que empieza de nuevo. Israel, en el exilio, sobrevivió porque entendió las pruebas como una especie de castigo pedagógico. Dios estaba entrenando a su pueblo a ser fiel, preparándolo para salir reforzado de la dura experiencia. Pero tras el periodo de prueba, como un parto doloroso, llega el gozo. «Mirad que hago algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?» La vida puede castigarnos, las consecuencias de nuestros actos nos pueden golpear. Si nos equivocamos escribiendo las páginas de nuestra vida, tendremos que pagar el error. Pero Dios siempre nos da una página nueva, en blanco, para empezar de nuevo. Con Dios siempre tenemos otra oportunidad. Nuestra capacidad de regeneración es inmensa, ese es su regalo.

San Pablo también nos habla de la renovación interior que él mismo vivió. De ser un fariseo estricto, apegado a la ley, se convirtió en un hombre libre, enamorado y seguidor de Cristo. Ya no lo movía el celo legal, sino el amor. Y por Cristo emprendió su gran carrera. Pablo era muy consciente de sus limitaciones y sabía que con la conversión no había conseguido ningún premio. Era apenas un atleta iniciando su maratón, aprendiendo y tropezando cada día, pero corriendo con entusiasmo, sin desfallecer, hacia la meta.

«Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacía el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús.»

Ojalá podamos hacer nuestras estas palabras. Dejemos atrás el pasado. Olvidemos nuestra historia de fracasos, miedos, errores y limitaciones. ¡Fuera lastres! La vida no se camina mirando hacia atrás, sino hacia adelante. Y Pablo no camina, ¡corre! Porque quien ama, corre.

¿Cuál es esa meta? Los brazos de Dios, que lo llama a través de su Hijo. Jesús nos está llamando cada día, indicándonos el camino. Un camino hacia nuestra propia felicidad, hacia la cima de nuestra existencia. ¿Nos atreveremos a seguirlo? Si lo hacemos, estaremos viviendo cada día con una intensidad y un gozo que nunca hubiéramos creído posibles. A esto nos llama Jesús: a una vida libre, hermosa y llena de plenitud. Esa es nuestra meta. ¡No nos quedemos a medio camino!

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