Los envió por
delante, de dos en dos. Jesús envía a sus discípulos en misión. ¿A qué? Les da
instrucciones muy claras y concretas, y dos cometidos: curar a los enfermos y
anunciar que el reino de Dios está aquí. Esta, y no otra, es la misión de todos
los cristianos, de todos.
Quizás no nos paramos mucho a pensar qué significa enviarnos de dos en dos. Jesús no pide nada
imposible a sus amigos. Ni siquiera los envía solos. La misión de Jesús no es
una hazaña para héroes solitarios. Sabe que las personas necesitamos compañía,
ayuda y sostén en los momentos de debilidad. Sabe que necesitamos afecto y
comprensión. La misión de Jesús se sostiene en la amistad. Por eso no envía a
nadie solo, sino en equipo. ¡Qué diferente es trabajar codo a codo con alguien
cercano, amigo, con quien compartir el propósito de tu vida y los avatares de
cada día, alegrías y penas, salud y enfermedad! Los matrimonios que duran
largos años saben bien de esto, así como esas pocas y valiosas amistades que
casi todos cultivamos y conservamos como auténticos tesoros en nuestra vida.
No estamos solos. Dios es una comunión de tres y nos ha hecho a su imagen:
creados para compartir, convivir, dar y recibir amor. El mismo Jesús no fue un
solitario: contó con un grupo para iniciar su gran familia humana, la Iglesia.
Y un grupo que, como todos, estaba lleno de defectos y fragilidades. Los
discípulos no eran mucho mejores que nosotros, humanamente hablando… Aún y así,
Dios contó con ellos. Y cuenta con nosotros hoy. Pero podemos protestar: tal
como está el mundo, ¿cómo predicar el reino de Dios? En medio de tanta guerra,
terrorismo, corrupción política, hambre y refugiados… ¿Dónde está el reino de
Dios? Quizás ni siquiera nosotros terminamos de creer en él.
¿Cómo anunciar algo en lo que no creemos? El evangelio, ¿no suena a fábula
buenista o a opio para adormecer las conciencias? ¿No será un «consuelo para
tontos»? Pues no. No lo era hace dos mil años y no lo es hoy. El reino de Dios
es real y está por todas partes, ¡qué ciegos y torpes somos al no verlo!
¿Dónde? Allí donde lo dejamos crecer. Allí
donde haya dos o más en mi nombre, allí estoy yo. Allí donde dos o más se
aman allí está el reino. Allí donde un matrimonio, dos amigos, dos hermanos o
dos desconocidos se quieren y se ayudan, allí hay cielo. ¡Hay tantos cielos
escondidos en el mundo! Como pequeñas hogueras, es nuestro deber alentarlas,
comunicarlas y prender otras nuevas. Esa es nuestra misión. Acompañados de
Jesús, el amigo que siempre está presente en la eucaristía. Nunca estamos solos. Y siempre hay
lugares donde anunciar el reino. Como dice el salmo: ¡Alegrémonos con Dios!
Tenemos muchos motivos para ello. Cuando trabajamos por el reino, sin cesar y
sin desfallecer, aunque podamos equivocarnos, Dios tiene en cuenta nuestra
voluntad y nuestro esfuerzo: nuestros nombres están inscritos en el cielo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario