«No nos dejes caer en la
tentación», rezamos en el Padrenuestro. Cuando Jesús nos enseñó esta oración
sabía muy bien que necesitamos ayuda, porque vencer las tentaciones no es
fácil. Sin la fuerza y la lucidez que nos da la oración ante Dios, nos costará
mucho no caer. ¿Por qué?
Porque el tentador es
inteligente. Nunca nos tienta con cosas malas. Como decía santa Teresa, se
disfraza de ángel de luz y sus ofertas parecen ser de lo más beneficiosas,
oportunas y solidarias. ¿Con qué tienta el diablo a Jesús? Con lo mismo que nos
tienta a todos nosotros. Se vale de nuestras necesidades y buenas intenciones y
promete satisfacerlas todas. El demonio se nos presenta como el gran
humanitario que viene a resolver nuestros problemas… siempre que lo adoremos a
él. ¿Sufrimos carencia económica, pan, alimento? Él nos da fórmulas para ser
ricos. Es la primera tentación: priorizar el bienestar material por encima de
todo. ¿Nos falta salud? Con la segunda tentación el diablo abre las puertas a
lo milagroso, a lo mágico, a lo sobrenatural. Nos ofrece manipular los poderes
celestiales a nuestro favor… siempre que le escuchemos. ¿Queremos que en el
mundo reinen la paz y el amor? Con poder personal haremos lo que nos
propongamos: él nos lo dará… si le adoramos. El demonio, en fin, nos ofrece
pan, fama, poder, salud, dinero y amor. Nos dice que su camino es humano,
próspero, de éxito. ¡Basta seguirlo! Pero Jesús lo rechaza con energía y
decisión.
El diablo engaña. No
quiere alimentarnos, ni vernos sanos y felices, sino destruirnos. Ofrece cosas
buenas, pero con medios malos: los medios de la manipulación emocional, la
violencia del poder, la trampa de la seducción. La Iglesia también debe estar
alerta ante estas sutiles tentaciones. Para construir el reino de Dios no vale
cualquier medio. Sí, hemos de luchar contra el hambre y la injusticia, hemos de
ayudar a la gente y buscar la salud de cuerpo y alma. Pero no podemos usar los
medios del mundo, que van contra la libertad de la persona y su integridad. No
podemos reducir el reino de Dios a la prosperidad material y al éxito, tampoco
podemos implantarlo a la fuerza. No podemos usar la coacción ni el
deslumbramiento místico. Los medios de Jesús son muy humildes y sencillos. Su
arma fue la palabra, su alimento, su mismo cuerpo. Su corona y su trono, la
cruz. Ejerció su reinado haciéndose servidor de todos y entregándose hasta las
últimas consecuencias: dar su vida por amor.
Claro que el camino de Jesús parece menos brillante y, sobre todo, más sacrificado y difícil que el fácil camino del tentador. Por eso necesitamos su ayuda para superar la prueba. ¡Pero la tenemos! La primera lectura del Génesis nos muestra a Adán y Eva, que caen en la tentación de la serpiente, tan atractiva. ¡Seréis sabios como Dios! ¿Quién puede resistirse a esta promesa? Pero san Pablo en su carta nos recuerda que la salvación de Jesús es mucho mayor, más poderosa y de más alcance que el fallo de Adán y Eva. Si el primer pecado acarreó la muerte, la obediencia amorosa de Jesús trae una vida desbordante y eterna a todos, sin excepción. Con su ayuda podemos vencer todas las tentaciones que nos ofrecen una imagen distorsionada del reino de Dios. Con él, ya formamos parte de este reino que se está construyendo, aquí y ahora.
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