Lecturas: Eclesiástico 15, 15-20; Salmo 118; 1 Corintios 2, 6-10; Mateo 5, 17-37.
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Cumplirla garantizaba una convivencia respetuosa, libre de abusos, violencia y salvajismo. La ley está al nivel de la supervivencia, y Jesús nos llama a algo más que a sobrevivir. El reino de Dios pide algo más que justicia y tolerancia. Si no aspiramos a más, fácilmente caeremos en la trampa legal y no llegaremos ni a los mínimos necesarios.
Jesús comenta tres
mandamientos básicos: no matar, no cometer adulterio, no mentir ni jurar en
falso. Son los tres grandes mandamientos que defienden la vida, el amor y la
verdad. La Ley prohíbe, pero Jesús da un paso más allá y propone algo que
rebasa la justicia terrena: una ley del reino de Dios.
Muy pocas personas
matamos físicamente. Pero Jesús nos habla de otras formas de dar muerte: el
insulto, la calumnia, la crítica. La lengua hiere y mata. Jesús equipara hablar
mal y difamar al otro a un crimen de sangre. Su condena es rotunda: quien llame
imbécil a su hermano será reo de asesinato. ¿Cuántas veces hemos matado con
nuestras lenguas?
El adulterio es una
ruptura del amor. Pero no basta con abstenerse de sexo fuera del matrimonio.
Jesús habla de las intenciones del corazón, de alimentar deseos que nos quitan
la paz y que, al final, enturbian el amor limpio y fiel que debería existir entre
las parejas. Hoy existen muchas formas de ser infiel y de faltar al amor con la
persona a la que un día dijimos sí. ¿De cuántos adulterios virtuales podríamos
acusarnos?
Finalmente, Jesús acusa a las personas que, para dar solemnidad a sus promesas, apelan a argumentos religiosos o ponen a Dios como testigo. Como si la simple verdad, honesta, clara, no fuera suficiente. ¿Qué tenemos que ocultar cuando necesitamos dar tanto énfasis a lo que decimos? La verdad no necesita gritos ni juramentos. Pero ¡cuánto nos cuesta ser sinceros! Cuánto nos cuesta decir simplemente sí o no.
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