3r Domingo de Pascua B
Evangelio: Lucas 24, 35-48
La semana pasada leíamos el relato de la aparición de Jesús
a sus discípulos según san Juan. Hoy nos la relata Lucas, de modo un poco
diferente, pero con muchas coincidencias.
Sin duda, la resurrección de Jesús fue vivida como una
experiencia profunda y desconcertante por sus seguidores. ¿Qué pensar cuando
han visto morir al maestro, clavado en cruz, y a los tres días lo encuentran
vivo, caminando, hablando y hasta comiendo en su presencia? ¿Cómo
reaccionaríamos nosotros si viéramos que una persona difunta, de pronto, se nos
aparece tan viva y palpable como nosotros mismos?
Lucas, como Mateo, Marcos y Juan, es realista: los
discípulos dudan. Primero quedan aterrorizados, no pueden creerlo y piensan que
es un fantasma. Jesús tiene que confirmarles que está vivo con los sentidos:
ved, palpad. Les muestra las señales de los clavos y las marcas de las heridas
para que no les quepa duda: es él mismo y no otro. Incluso come ante ellos. Jesús
resucitado no es una visión, ni un espíritu: es un hombre con cuerpo físico,
aunque este cuerpo tenga unas virtudes singulares que no tiene el cuerpo
mortal.
Cuando los discípulos se cercioran de que es el mismo Jesús,
vivo, tiene que abrirles la mente para que entiendan el sentido de todo lo que
ha ocurrido. En su mentalidad hebrea, Jesús era un Mesías fracasado, vencido
por el poder judío y romano. Sus sueños de restaurar el reino de Israel como
potencia política, expulsando a Roma, habían ido al traste. Pero ahora Jesús
les viene a decir que todo cuanto ha ocurrido ya estaba recogido en sus escrituras
sagradas. Los profetas ya lo habían predicho. El Mesías no sería un guerrillero
ni un líder político, sino el siervo sufriente de Dios, como decía Isaías (Is
42, 49 y 52), a quien el Señor, tras muchos padecimientos, ensalzaría para
convertirlo en luz de las naciones. Jesús acaba con una frase que indica la
universalidad de la salvación: su nombre se proclamará para la conversión de
todos los pueblos. La misión de los apóstoles comenzará en Jerusalén, donde
acabó la de Jesús, pero deberá expandirse por toda la tierra y a todas las
gentes. Todos los hombres son llamados a ser hijos de Dios.
¿Qué nos dice esta lectura a los cristianos de hoy? Primero,
nos llama a creer en Jesús resucitado. Y nos dice que la resurrección fue un
hecho verídico, en cuerpo y alma, una vivencia asombrosa, pero cierta, que marcó un
antes y un después en la historia de la humanidad. No se trata de una experiencia mística ni de un fruto de la imaginación o el deseo colectivo de ver a Jesús. Fue un encuentro real.
Después nos llama a comprender el sentido de nuestros textos
sagrados. Jesús quiere que no sólo creamos, sino entendamos, como María, su
madre, que discurría todas las cosas en su corazón. La fe no debe ser contraria
a nuestra inteligencia y razón natural. ¡Creer es razonable! Y las escrituras
contienen una verdad que estamos llamados a descubrir y meditar para que nos
guíe en la vida.
Finalmente, Jesús nos llama a la misión y nos pide que nos
despojemos de una mentalidad nacionalista, cerrada o elitista. La salvación no
es sólo para los creyentes, los católicos o los miembros de una comunidad
concreta. Toda la humanidad está llamada; Jesús vino para todos y su mensaje es
válido para toda gente, de toda cultura y mentalidad. Seguir a Jesús no tiene
color político, geográfico ni social. La liberación del pecado, es decir, del mal, de la
atadura de la culpa y la esclavitud espiritual, es para todos. Todos tenemos la
posibilidad de cambiar de vida y comenzar a vivir resucitados, ya en
esta tierra.
1 comentario:
Nuestro agradecimiento a sus acertadas y bellas palabras. Nos hacen mucho bien. Dios le bendiga.
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