2º Domingo de Pascua B
Evangelio: Juan 20, 19-31
La tumba de Jesús está vacía; Pedro y el discípulo amado la
han visto. Las mujeres explican que Jesús les ha salido al camino. María
Magdalena les transmite un mensaje directo del Maestro. Confusos, asustados y con
apenas esperanzas, los discípulos aguardan, hasta que Jesús también se aparece
a ellos.
La aparición de Jesús es sencilla e impactante: simplemente
entra allí donde están, encerrados por miedo a los judíos. Los discípulos se
han cerrado de mente y de corazón, el miedo los paraliza. Pero Jesús puede
penetrar todas las barreras. Es un hombre resucitado y entra: no hay muros,
físicos ni mentales, que puedan frenarlo.
La frase con que los saluda está llena de sentido: Paz a
vosotros. Paz, el shalom hebreo, es mucho más que calma y serenidad:
es bendición, es gozo, es plenitud. Jesús está derramando su gracia sobre los
discípulos. Y ellos se llenaron de alegría. Después, Jesús les otorga
otro don: el Espíritu Santo, y una tarea: salir en misión y perdonar los
pecados. Cuando Jesús suba al cielo, serán ellos quienes deberán ir por el
mundo esparciendo la gracia y el amor de Dios, empujados por la fuerza del
Espíritu.
Leamos esta frase dirigida a nosotros. ¡Cuántas veces somos
como esos discípulos! Creyentes, sí, devotos quizás también, pero temerosos y
encerrados, metidos tras los muros de nuestros miedos porque no queremos
arriesgarnos a salir. Jesús nos viene a ver, nos da su paz y nos manda que
salgamos. Estamos llamados a continuar su tarea y a liberar a las gentes del
mal. ¿Es una misión enorme? Sí, pero Jesús no nos envía desarmados: nos provee
con el mayor don y la mayor fuerza, el Espíritu Santo. Nuestra paz se cimenta en él.
La segunda aparición de Jesús nos muestra la resistencia de
un discípulo, Tomás, que no estuvo presente en la primera. Tomás es también un espejo
nuestro, tantas veces. Queremos creer, pero… si no vemos ni tocamos, no
creeremos. No confiamos en el testimonio de otros, queremos experimentar
por nosotros mismos. Muchos son los que piensan que, si pudieran viajar en el
tiempo y ver a Jesús, haciendo milagros y pisando los caminos de Judea,
creerían en él. Pero lo cierto es que muchos contemporáneos de Jesús lo
conocieron, vieron y no creyeron. Las palabras de Jesús a Tomás se dirigen a todos los
creyentes posteriores a su tiempo. No lo verán físicamente, pero recibirán el
evangelio de boca de otros, gracias al testimonio que se transmite de
generación en generación.
Jesús nos dice: Felices los que crean sin haber visto. Felices
los que creen en testimonios fiables: dentro de la Iglesia, el de tantos
sacerdotes buenos, cristianos convencidos, misioneros y santos. Muchos han
entregado su vida por Jesús y han pasado por el mundo haciendo el bien,
siguiendo los pasos de su Maestro. Felices los que, antes de ver y tocar,
acogen la palabra de Jesús y la hacen vida de su vida.
Leamos, por fin, la última frase del evangelio: Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo en él, tengáis vida en su nombre. Este es el gran anhelo de Jesús: que confiemos en él, que nos hagamos hijos del Padre y que así gocemos de una vida plena que no se acaba con la muerte, pues será eterna.
2 comentarios:
Preciosa homilia! Señor quítanos los miedos pues te tenemos a ti !
Muchas gracias padre, por compartir con todos nosotros tan bellas y acertadas palabras, sin duda inspiradas por el Espíritu Santo. Que nuestra fe en Cristo Resucitado se fortalezca un poco más esta nueva Pascua. Bendiciones para usted.
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