Cuerpo y Sangre de Cristo - B
Evangelio: Marcos 14, 12-16.22-26
En una habitación del piso alto, una sala para huéspedes, en una casa en medio de Jerusalén, Jesús celebra la última cena con sus discípulos. Es un lugar discreto, un hogar hospitalario a donde van de manera casi clandestina, siguiendo a un hombre con un cántaro de agua, esa es la señal. Además de los Doce, Jesús contaba con muchos amigos: discípulos y familias enteras que le prestaban su casa y lo acogían. Algunos autores piensan que el lugar del cenáculo era la casa de María, madre del futuro evangelista Marcos. En esta casa, según el libro de los Hechos, se reunía una de las primeras comunidades cristianas de Jerusalén.
Durante la cena, Jesús hace un gesto que era propio del padre
de familia en la celebración de Pascua: bendecir el pan y el vino. Era una
acción de gracias a Dios por los dones de la tierra y por la vida. Pero esta
vez, el gesto de Jesús adquiere un significado mucho más hondo. Tomad, esto
es mi cuerpo. Tomad, esta es mi sangre. El cuerpo y la sangre representan
la vida de la persona. Cuando alguien da su cuerpo, está entregando su vida. La
sangre derramada en los sacrificios es una forma de ofrecer a Dios la misma
vida que él ha insuflado en las criaturas. Jesús está diciendo a sus discípulos:
tomad mi vida. Asumid mi persona: todo lo que soy, lo que digo, lo que hago.
Comed de esto, haceos parte de mí y continuad mi obra. Tomando mi cuerpo, yo
estaré en vosotros y vosotros en mí.
Este es el sentido de la eucaristía: Jesús se entrega,
totalmente, para darnos vida. Y nos pide que, a imitación de él, también nosotros
demos nuestra vida. No derramando sangre, no muriendo, sino viviendo por y para
los demás. Viviendo para dar vida, para amar, para servir, para mejorar un poco
el mundo. Jesús nos pide que seamos generosos, como él, y sepamos vivir
entregándonos por el bien de todos.
Cada vez que tomamos el pan sagrado, cada vez que acercamos
el cáliz a nuestros labios, seamos muy conscientes de que estamos abriéndonos a
la presencia del mismo Jesús; estamos convirtiendo nuestro cuerpo y nuestra
alma en un templo; estamos dejándonos habitar por él y dejamos que él conduzca nuestra vida. La divinidad corre por nuestras venas; estamos consagrados a él.
Y consagrarse significa entregarse.
¿Un sacrificio? Más que esto: darse a uno mismo es fuente de
felicidad y de una calidad de vida inimaginable. Quien vive dándose vive con
intensidad y está pisando, ya en la tierra, los umbrales del cielo. La
eucaristía es un preludio de lo que un día viviremos en plenitud.
2 comentarios:
UNA HOMILIA MUY CLARA Y CONCISA. fabulosa
UNA HOMILIA MUY CLARA Y CONCISA. de fabula
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