13º Domingo Ordinario B
Evangelio: Marcos 5, 21-43
En el evangelio de hoy leemos dos milagros entrelazados; es una escena que recogen los tres evangelios sinópticos y que en Marcos conserva el aroma de una experiencia transmitida por testigos oculares, los mismos que acompañaban a Jesús y lo vieron con sus propios ojos.
El jefe de la sinagoga, Jairo, tiene una hija adolescente que está agonizando y pide a Jesús que le imponga las manos para que sane y viva. Mientras Jesús se dirige hacia la casa, rodeado de la multitud, una mujer con flujo de sangre lo sigue y le toca el manto, pensando que con sólo tocarlo sanará. Jesús se detiene y ella, temerosa, se descubre. Una mujer como ella es impura y no puede tocar a nadie, y menos a un rabino, pues la sangre impurifica. Pero Jesús no sólo no queda impuro, sino que la sana y la purifica a ella. Hija, tu fe te ha salvado, vete en paz. El valor de tocar a Jesús y su confianza le permiten arrebatar la gracia necesaria para sanar, Jesús la reconoce y la elogia por ello. Es preciosa la expresión de afecto, Hija, que muestra la cercanía de Jesús hacia las personas que lo buscan.
En casa de Jairo, Jesús echa a las plañideras y a los vecinos que, desolados, anuncian que la niña ha muerto. No está muerta, sino dormida. Jesús entra en la alcoba y levanta a la pequeña con otra expresión llena de afecto que resulta casi intraducible, Talitha qumi. Hoy diríamos algo así: Vamos, niña, yo te lo digo, ¡levántate!
Jesús cura a una mujer que lleva largos años enferma; la reafirma en su edad madura. Y resucita a una adolescente que se abre a la vida, devolviéndole la fuerza y la salud propias de su juventud. Ambas mujeres representan la humanidad debilitada no sólo por la enfermedad, sino por la falta de fuerza y alimento espiritual. La mujer mayor se desangra, pierde todas sus energías y está exhausta. La niña también está falta de fuerzas: lo primero que Jesús dice a sus padres es que le den de comer.
En estas mujeres podemos reconocer a la humanidad hambrienta de Dios, que sufre y enferma del alma. El mundo de hoy ofrece muchos falsos remedios a la sed de sentido y a la angustia de la gente. Son como los médicos que se llevaron toda la fortuna de la hemorroísa, sin curarla. El mundo también quiere robar el alma de los jóvenes, distrayéndolos con mil frivolidades y quitándoles las fuerzas y las ganas de vivir. ¡Cuántas formas de ocio están matando lentamente a nuestros niños y jóvenes! Jesús se compadece de inmediato de la carencia y actúa. Con la fuerza de su amor restaura las fuerzas perdidas, aleja el mal y nos da buen alimento. Seguir a Jesús, escuchar su palabra, tocar y comer su cuerpo sacramentado puede sanarnos en este mundo enfermo y anestesiado por tantos venenos. Tan sólo necesitamos el valor de la hemorroísa para sortear los obstáculos y acercarnos a él. Y Jesús nos dirá, en medio de nuestra postración y desánimo: ¡Levántate! Levantarse es despertar, regenerarse y vivir.
2 comentarios:
Hermosa reflexión, gracias Padre Joaquín!!
Está mujer del evangelio tica solo un poco del manto de Jesús. Que no hará cuando comulgamos y tocamos con nuestras manos su Cuerpo y Sangre? Señor límpiame/limpiamos!
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