15º Domingo Ordinario B
Evangelio: Marcos 6, 7-13.
Jesús sabía que su tiempo en la tierra no sería eterno. Pero
su misión era grande y necesitaba formar a un grupo de hombres que tomaran su
relevo y continuaran su tarea. Por eso llamó a los Doce, una “familia”
variopinta de pescadores, un recaudador de impuestos y otros galileos para que
vivieran con él, aprendieran a su lado y se entrenaran en su futura labor.
En esta lectura de hoy vemos que Jesús ya los envía. Detengámonos
en varios aspectos, porque en la misión de los Doce Jesús nos está señalando
cuál es la misión de la Iglesia y a qué estamos llamados los cristianos.
¿A qué los envía Jesús? A expulsar espíritus inmundos. Y
después veremos que también a ungir con aceite a los enfermos y a curarlos.
Incluso antes de predicar, la primera misión de los apóstoles es arrojar fuera
el mal y sanar, de cuerpo y alma, a las personas. Esta es la primera misión de
la Iglesia: rescatar vidas, devolver y cuidar la salud. Por eso, desde los
inicios, la pastoral de los enfermos y la defensa de la vida, incluida la vida
de los niños, los ancianos y los más débiles y vulnerables, han sido prioritarios
en la Iglesia.
¿Cómo los envía? De dos en dos. ¡El misionero no es un
solitario! Jesús los envía acompañados porque dos se ayudan, dos se animan, dos
se complementan y se cuidan. Dos dan testimonio de caridad. Uno es soledad, dos
es comunidad.
¿Qué recursos necesitan? ¡Bien pocos! Un bastón para el
camino (en aquellos tiempos era necesario para apoyarse, defenderse o apartar alimañas
y zarzas). Pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto… Ligeros de equipaje y
abiertos a la hospitalidad de quienes les abran las puertas de su casa y les
den techo y comida. Esta es la vida del apóstol, quizás pobre en dinero y en
posesiones, pero rica en generosidad y en amistad.
¿Qué sucede si los rechazan? Jesús también enseña a sus
amigos qué hacer ante el fracaso y la negativa de la gente. Simplemente,
marchar y sacudirse el polvo de los pies. Esto es, no insistir, alejarse de
aquel lugar y sacudirse cualquier resquicio de ira, de revancha o de enfado. No
vale la pena enojarse ni maldecir, el mundo es grande y muchos esperan en otras
partes. ¿Qué debe hacer la Iglesia ante el rechazo a los suyos y al evangelio?
Jesús lo dice: nada de forzar ni de imponer. Si no es aceptada, debe abrir caminos
nuevos hacia otro lugar.
Esta es, pues, la misión de la Iglesia y de todo cristiano:
llevar vida, cuidar la vida, cuidar a las personas y transmitirles el amor de
Dios. Sin preocuparse en exceso por los medios: si hay entrega a la misión,
saldrán de donde sea y la gente responderá. Y sin obligar a nadie, respetando
el no y el rechazo de quienes se cierran a la buena noticia. La salvación es
deseable para todos, pero no puede imponerse.
Finalmente, el evangelista nos muestra el resultado de la misión. Salieron los Doce a predicar la conversión: ese cambio de vida y de mentalidad necesario para que Dios entre en la vida de la persona. Expulsaban demonios y curaban enfermos. Ante su palabra, el mal huía y los débiles recuperaban las fuerzas. Salud y bondad: esto son dos signos palpables de la presencia del reino de Dios.
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