El mandamiento del amor
Jesús se encuentra en las últimas horas antes de su muerte. Durante la cena pascual, en un momento de intimidad con los suyos, les manifiesta su profunda y estrecha relación con el Padre. Con su gesto supremo de donación, Padre e Hijo serán glorificados. La unión de Jesús y el Padre alcanza la máxima plenitud.
En un tono emotivo y cálido, y con un fuerte sentido de paternidad hacia sus discípulos, Jesús les comunica que el tiempo de estar con ellos se acaba. Durante tres largos años conviviendo, acompañándole en sus viajes de misión, ellos han visto en Jesús el rostro amoroso de Dios. Han sido testigos de la bondad de su maestro, de sus milagros, de sus curaciones. Han palpado su identidad como hijo de Dios. En este contexto de despedida Jesús les hace herederos del núcleo de su mensaje: amaos como yo os he amado. Este mandamiento es también nuestra mayor herencia como cristianos: en el amor los demás han de ver que somos sus discípulos, que seguimos su estilo. Será la señal de autenticidad, de que realmente formamos parte de él.
Y será en el «como yo os he amado» donde se halla la clave para saber cómo ama Dios.
El amor de Jesús no tiene límites, es incondicional, da la vida por los suyos. Es un amor generoso, dulce, libre y sin prejuicios. Un amor lleno de misericordia, que implica aceptación del otro y de sus límites; un amor que nunca falla.
Tal como yo os he amado
Podemos descubrir ese modo de amar de Jesús a lo largo de su ministerio público, especialmente en momentos álgidos, como en aquella ocasión, cuando dice: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os persiguen; bendecid a los que os calumnien, rezad por ellos».
Podemos descubrirlo en el sollozo ante la muerte de su amigo Lázaro; en la parábola del buen pastor y la oveja perdida: el buen pastor da la vida por sus ovejas.
También podemos verlo cuando dice: «El que quiera ser primero, sea el servidor de todos». Estas palabras se ven ilustradas en la última cena, con el gesto del lavatorio de los pies.
El amor de Jesús es un amor consagrado, vocacional. En el mundo, es normal que la gente se quiera, pero Jesús no dice simplemente «amaos», sino, amaos «como yo lo hago».
Ese amor, absolutamente generoso, exige compromiso.
San Pablo lo expresa maravillosamente en su carta a los Corintios: el amor es servicial, no se enorgullece, no se enoja; perdona sin límites, aguanta sin límites, todo lo espera, nunca se cansa. Quizás hoy día se rompen tantas relaciones y mueren tantos amores porque carecen de esta fuerza y no están basados en un compromiso serio y mantenido.
El amor que ejerce Jesús viene de Dios. Por eso nunca se cansa, siempre espera y es capaz de darlo todo por el que ama, hasta la vida. Nosotros también podemos ofrecer este amor si antes lo hemos bebido de la fuente de la oración, nuestro espacio de intimidad con Dios.
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