«Yo
soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas; el asalariado, el
que no es pastor dueño de las ovejas, ve venir al lobo y las deja, y huye, y el
lobo arrebata y dispersa las ovejas. […] Yo soy el buen pastor y conozco a las mías, y las
mías me conocen a mí, como el Padre me conoce y yo conozco a mi Padre».
La importancia de saber escuchar
Con imágenes alegóricas, Jesús instruye a las gentes. Las parábolas son un recurso pedagógico que utiliza
con frecuencia para explicar los misterios del Reino. Más allá de la imagen
bucólica, nos está diciendo que entre el pastor y la oveja, es decir, entre el
sacerdote y su comunidad, tiene que haber una gran sintonía.
El pueblo de Dios ha de saber escuchar a los ministros
responsables de sus comunidades. La actitud de escucha es necesaria para abrir
el corazón a Dios y crecer espiritualmente. La escucha es un signo de humildad
para descubrir, desde el silencio, lo que Dios quiere de nosotros. A veces, las
prisas, el estrés o la soberbia nos incapacitan para la escucha. La humildad y
la confianza en Dios son dos actitudes básicas del cristiano.
Escuchar implica estar abierto al otro y recibir como un don
precioso aquello que nos comunica. Implica confianza, sinceridad y
transparencia. Escucharemos a Dios en la medida en que dejemos que su palabra
nos penetre y pase a convertirse en parte de nuestra vida.
Escuchar también significa adherirse a la persona. No
consiste solo en prestar oído. Muchas personas vienen a misa y siguen la liturgia. Aparentemente están atentas.
¿Hasta qué punto su escucha las transforma y se convierte en un compromiso? Una
escucha que no deriva hacia este compromiso es vacía y pasiva.
Un diálogo recíproco
Si la oveja escucha la voz del pastor, el pastor ha de
conocer bien a las ovejas. Qué importante es conocer a fondo sus inquietudes,
sus sueños, sus necesidades, sus dudas, sus sufrimientos, sus alegrías… También
los presbíteros han de saber escuchar a su comunidad para conocerla bien. El
presbítero debe doctorarse en escucha. Solo así se puede producir un profundo y
rico diálogo que nos prepara para seguir la llamada de Cristo.
«Ellas me escuchan, me siguen, y yo les doy la vida eterna»,
dice Jesús. La consecuencia de una escucha comprometida y de una sincera
adhesión nos lleva a la plenitud, a un vivir, aquí y ahora, un anticipo del
cielo, promesa de eternidad. En Jesús, Dios nos lo ha dado todo.
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