Lc 24, 46-53
Comienza la misión de los apóstoles
Con la subida de Jesús a los cielos culmina su misión. Pero comienza la de sus apóstoles. De la primera noticia de su partida en el discurso del adiós hasta su partida definitiva sus discípulos han ido recorriendo un proceso de total adhesión, ya no sólo al Jesús histórico, sino al Jesús resucitado.
Pero la continuación de la misión de Cristo no sería posible sin haber recibido antes la fuerza de lo alto. Estaba escrito, dice el evangelio, que un día Jesús tenía moriría pero al tercer día resucitaría y se predicaría la conversión a todo el mundo.
La misión de los discípulos tiene una doble vertiente: por un lado, el anuncio del resucitado. Cristo sigue viviendo en ellos. Por otro, la conversión total de los receptores del anuncio, que conllevará un cambio radical de vida.
La experiencia mística, el detonante
Esta misión también es posible porque fueron testigos de la experiencia del resucitado. La vivencia mística les infundió el coraje necesario. Ellos conocieron al Jesús histórico, comieron con él, lo acompañaron en su singladura, lo vieron morir y lo enterraron. Y también conocieron, acompañaron y comieron con el Cristo resucitado y glorioso. Sólo desde aquí se entiende la fuerza arrolladora de los inicios de la misión apostólica. Jesús se convierte en un referente permanente para todos ellos, llegando, muchos, a dar la vida por él.
Su impacto fue tan profundo que gracias a su entusiasmo la fe en el Resucitado ha llegado hasta nosotros.
Avivar nuestra fe vacilante
¿Qué hacemos nosotros, los nuevos apóstoles del siglo XXI? Hemos heredado de los primeros apóstoles la gran experiencia de Jesús vivo. Sin embargo, después de dos mil años, parece que el creyente de hoy ha perdido su alegría y su empuje. ¿Qué nos sucede a los cristianos de hoy? Hemos recibido una cultura religiosa, la hemos valorado en su momento, hemos creído en ella, pero quizás no hemos dejado que arraigue totalmente en nosotros. Esa exigencia que espoleaba a los primeros apóstoles los transformó. Quizás no estamos del todo convertidos y por eso se va apagando nuestra fe. Sólo si recuperamos el entusiasmo y el gozo de sentirnos amados por Dios podremos renovar las raíces de nuestra fe.
A pesar de todo, el Espíritu Santo sigue actuando y seguimos recibiéndolo en cada eucaristía en la que participamos. Es el mismo Espíritu Santo que recibieron los apóstoles. Posiblemente desde instancias políticas e ideológicas se intenta barrer los valores cristianos. El culto al progreso, a la ciencia y a la tecnología nos puede despistar. Pero no podemos perder el norte ni los valores. Cada uno de nosotros está llamado a ser medio de comunicación de la gran noticia de un Dios que nos ama, que se ha encarnado y viene a nosotros. Nada ni nadie podrá ahogar la fuerza del Espíritu Santo. Sólo necesitamos intrepidez y osadía. Vale la pena hacerlo por Cristo.
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