«Si
me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y Él os dará otro
Consolador, para que esté con vosotros eternamente. […] En verdad os digo, que cuanto pidiereis
al Padre en mi nombre, os lo dará».
Llamados a ser nuevos Cristos
Hoy celebramos que la Iglesia nació en Pentecostés. Pero también
celebramos que el Espíritu Santo sigue vivo dentro de la Iglesia a lo largo de la
historia.
Por tanto, litúrgicamente hablando, también nosotros, como
cristianos y discípulos de Jesús, recibimos al mismo Espíritu Santo que
recibieron los apóstoles.
Hemos leído relatos preciosos que reseñan el momento cumbre
de los orígenes de la Iglesia. Pero ,
antes de recibir el don del Espíritu Santo, Jesús prepara a los suyos: les da
la paz, dos veces seguidas. La paz ayudará a que el Espíritu pueda abrirse paso
hasta sus corazones inquietos.
Eucaristía y misión
Recibir al Espíritu conlleva una gran responsabilidad.
Podemos pensar que basta con cumplir el precepto y celebrar la eucaristía con
fervor. En cambio, la expansión de nuestra experiencia, la misión, nos cuesta
mucho más. Sentimos la necesidad, quizás por educación o cultura religiosa, de
acudir a misa cada domingo. Pero estamos llamados, no solo a alimentarnos de
Cristo, sino a dar lo que hemos recibido. La eucaristía no alcanza su pleno
sentido si no trabajamos por expandir nuestra fe.
Afuera luchamos; dentro nos alimentamos. Eucaristía y misión
van estrechamente unidas. Estamos llamados a dar fruto. No puede haber Iglesia
sin vocación, y no hay vocación si no nos sentimos llamados y enviados. La
llamada nos hace sentirnos parte de una familia, de un grupo con una misión.
Tampoco se entiende ser cristiano sin la dimensión
comunitaria. La Iglesia
no es solo la imagen de la jerarquía y las instituciones: es el pueblo de Dios,
todo él recibe el Espíritu Santo y todo él está llamado a evangelizar. La Iglesia pervive porque en
cada bautizado late la semilla de Dios y en cada uno de nosotros puede estallar
un Pentecostés. Cada cual alberga una llama viva que puede crecer y expandirse.
Por tanto, vocación, formación, liturgia y apostolado van íntimamente unidos.
El testimonio en la vida diaria
Hoy nos preocupamos porque la gente viene poco a misa.
Quizás no hemos entendido bien que eucaristía y misión van de la mano. Cumplimos
nuestros preceptos, pero no entusiasmamos con nuestra vida. La fe queda alejada
de nuestra vida cotidiana. Y, cuanto menos hablamos de aquello que somos y
creemos, más se debilita nuestra identidad. Los que venimos a celebrar la misa
juntos hemos de sentirnos llenos del Espíritu Santo o, de lo contrario, la
celebración se convertirá en un rito vacío y rutinario. El día que el Espíritu
Santo arda con fuerza en nosotros la gente acudirá a las iglesias, porque él
mismo iluminará a otros y los atraerá. Esto sucederá cuando respiremos el
aliento de Dios y desprendamos su calor con cada gesto y acción de nuestra
vida.
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