15º Domingo Tiempo Ordinario C
«Se levantó un doctor de
Lo que dice la ley
¿Qué hacer para ganar el cielo? Es una pregunta que nos
concierne a todos. Nos inquieta el más allá. Venimos a misa, rezamos,
practicamos la caridad… y, al igual que aquel judío, preguntamos a Jesús qué
hemos de hacer para heredar la vida eterna.
Jesús responde al letrado: ¿Qué lees en la Ley ? Amarás al Señor tu Dios con todas tus fuerzas, con toda tu mente, con
todo tu corazón, con todo tu ser. Esto significa poner a Dios en el centro
de nuestra vida, no como una realidad abstracta o esotérica, sino vivida en lo
más hondo de nuestro ser. Amarlo con todas las fuerzas, con todo el corazón y
toda la mente es amarlo con tenacidad, con pasión, con plenitud.
Pero, a continuación, la Ley también habla del prójimo. Amarás al prójimo como a ti mismo. Esa
es la clave de esta lectura.
¿Quién es mi prójimo?, pregunta el judío. Y Jesús le explica
la parábola del buen samaritano.
¿Quién es el prójimo?
Un hombre que viaja de Jerusalén a Jericó es asaltado por
unos bandoleros, apaleado y dejado medio muerto en medio del camino. Lo ven un
sacerdote y un levita, dan un rodeo y pasan de largo. En su actitud están desoyendo incluso
las escrituras del Antiguo Testamento, que exhortan a practicar la
misericordia. Los mismos representantes de esta ley pasan, ignorando el dolor
de la persona.
En cambio, un samaritano que pasa por allí lo ve y se
compadece del hombre apaleado. Es el forastero, el mal visto, hoy diríamos «el
inmigrante», el «marginado». Y es él quien ejerce la caridad. Cuida al hombre
herido y lo lleva a un lugar donde podrán atenderlo, pagando sus gastos por él.
Con esta parábola, Jesús está universalizando al prójimo. Ya
no es el cercano, el pariente, el compatriota o el que practica la misma fe. El
concepto de prójimo salta por encima de la Ley , del pueblo judío, de la cultura o las
convicciones. Lo importante no es quién es, o de dónde procede. Es un ser
humano que necesita ayuda.
El samaritano se convierte en un símbolo del mismo Jesús y
de la Iglesia. Cura
sus llagas ungiéndole con aceite y vino, signos que evocan los sacramentos de
la unción y la eucaristía. Jesús vino a curar y a rescatar al hombre caído, y la Iglesia continúa su labor.
La caridad por encima del precepto
En nuestro mundo vive mucha gente apaleada por el
sufrimiento, la soledad, la angustia, la falta de sentido en su vida… Como
cristianos, no podemos quedarnos en el cumplimiento del precepto. La ley que
quiere Dios, como leemos en el Deuteronomio, está en nuestra boca, pero también
en el corazón. No queda fuera de nuestro
alcance, no es nada que no podamos cumplir.
Hemos de responder al sufrimiento de quienes padecen, de quienes se encuentran llagados
anímica y existencialmente. No podemos pasar de largo. En el corazón de la Iglesia están los pobres,
los moribundos, los enfermos, los marginados. Hemos de cumplir los preceptos de
la Iglesia ,
sí, pero por encima de todo, nuestra ley es el amor.
No basta con venir a misa y cumplir. La caridad es aún más
importante. Después de explicarle la parábola, Jesús le dice al maestro de la Ley:
«Anda, haz tú lo mismo».
Despertar la sensibilidad
Nuestra cultura del progreso tecnológico nos arrastra en una
marea estresante. La velocidad nos impide ver lo que hay a nuestro alrededor.
La prisa es tremenda, porque nos aleja de la realidad. En cambio, si uno camina
despacio puede ver, contemplar, escuchar y saborear. Puede hacerse sensible a
cuanto le rodea.
El progreso científico es estupendo. Pero el bienestar
material y tecnológico no basta para hacer feliz a la persona. En medio de la
prosperidad brota el malestar social,
psíquico y existencial. Algunos sociólogos señalan que vivimos en un mundo
hiper-tecnificado y narcisista, que nos aleja de lo pequeño, lo humano, lo
cotidiano. Nos aleja, también, del que nos necesita.
Jesús revela el corazón compasivo y la bondad de Dios. Como
hijos suyos, estamos llamados a alimentar un corazón misericordioso. No podemos
permanecer impasibles ante el dolor. Hay que invertir en humanidad, en medios
para acoger a los que sufren y viven abandonados, en el arcén. Los cristianos
no podemos callar esto. Seamos el corazón de Cristo en medio del mundo,
torrente de bálsamo y dulzura para el que sufre.
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