La sagrada familia –ciclo A–
Cuando se marcharon
los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo:
“Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto, quédate allí hasta que
yo te avise, pues Herodes va a buscar al niño para matarlo”. José se levantó,
cogió al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la
muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por el profeta: “Llamé a
mi hijo, para que saliera de Egipto”…
Mt 2, 13-23
Dos personajes contrapuestos: José y Herodes
En los inicios de toda bella historia siempre aparece una
sombra que quiere tapar la luz. En el nacimiento de Jesús, será Herodes quien
dará la orden del matar al niño. En este evangelio de hoy vemos a dos
personajes contrapuestos. José es el hombre justo y bueno, obediente a Dios y
cumplidor de sus designios. Herodes es un personaje violento, ciego a la
voluntad de Dios, que quiere impedir a toda costa que alguien le arrebate su
poder.
José es el hombre de la casa de David que se fía, escucha
las palabras de Dios y acepta su misión como custodio y padre adoptivo del
niño. Herodes es el hombre que desconfía, tiene miedo de perder y no duda en
aniquilar a cualquiera que amenace su trono. Representa el poder mundano y
político, la ambición, el afán de riquezas y de dominio. En cambio, José
representa la bondad, la sencillez, la docilidad y el amor generoso.
Herodes ordenará una masacre, pero no podrá llevar a cabo su
cometido de asesinar al niño. No podrá matar la historia de Dios. José será
quien lo impedirá. De esta lectura podemos extraer varias consecuencias.
Levántate
El verbo levantarse
aparece tres veces en este texto. Levántate,
dice el ángel a José. Y él se pone en pie y actúa. Para iniciar una empresa
trascendente, como la que José tiene encomendada, hay que estar erguido, bien
despierto, lleno de confianza en Dios. Su cometido será cuidar, guiar y
custodiar al niño y a su madre. En José esto tiene aún más mérito que en
cualquier otro padre porque, no siendo Jesús su hijo natural, lo protege tanto
como si lo fuera. Sabe que ese niño es de Dios y lo cuida como suyo. Sabe que,
para encarnarse, Dios necesita de una familia humana; necesita de él y de María
para desarrollar su plan salvífico.
José, firme, decidido, sin dudar un instante, lleva a cabo
la misión encomendada. Su precaución al regreso, de no instalarse en Belén por
temor al nuevo rey Arquelao, revela al hombre prudente hasta el último momento.
Así es como la familia se instala en Nazaret.
El significado del exilio
Levantarse y marchar lejos, al exilio, todavía hace más
compleja la misión de José. Como tantas familias hoy, que se ven obligadas a
emigrar, la familia de Jesús comienza su andadura con un destierro. Los autores
sagrados subrayan con este hecho que toda la vida de Jesús, en el futuro,
estará marcada por el sufrimiento y el rechazo. Esta huída a Egipto preludia lo
que será su vida adulta, cuando sea rechazado por su pueblo.
¡Cuántas realidades a nuestro alrededor están llenas de
Dios! Hemos de cuidarlas y protegerlas, aunque no sean obra nuestra. En el
mundo también hay muchos niños y personas desvalidas que, aunque no sean hijos
nuestros, ni parientes de nuestra sangre, son hijos de Dios. La Iglesia debe cuidar de las
cosas de Dios, debe atenderlos. Toda vida humana, y aún más la vida de la fe,
pide una ardua y necesaria tarea de cuidado.
Necesidad de familias sólidas
Hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia. La familia de
Nazaret es prototipo y modelo para las familias cristianas. Actualmente, se
habla mucho de la crisis de vocaciones sacerdotales. Yo diría que hay una
crisis de familias cristianas. Faltan hogares cristianos, pequeños Nazarets donde
puedan florecer las vocaciones. Mirando a José y a María las familias pueden
inspirarse para construir una realidad armónica y consolidada.
Tener un hijo significa mucho más que parir un bebé. Los
padres han de ser conscientes de que construir un hogar pide que en el
matrimonio haya una enorme capacidad de entrega, desprendimiento y amor. Los
hijos necesitan ese amor, y necesitan mucho tiempo de sus padres junto a ellos,
educándolos. Cada vez hay más familias desestructuradas, no solo económicamente
sino emocionalmente. Estas situaciones exigen una profunda revisión desde la
antropología cristiana. El equilibrio social dependerá del familiar, de que los
roles de los padres queden bien definidos, así como su misión. Solo así, con
referencias sólidas, los niños crecerán de manera armónica.
Los padres tienen un espejo de referencia en José y María.
Su ejemplo los enseñará a quererse, a confiar el uno en el otro, a confiar en
Dios y cuidar y proteger a su familia. Y, sobre todo, a dejar que Jesús corone
la existencia de esa familia y habite en el corazón del hogar.
Finalmente, todos los cristianos somos una gran familia.
Participando de la eucaristía, tomando el pan y el vino, sentimos que formamos
parte de la Iglesia. Esta
otra familia, más allá de los lazos biológicos, llegará a ser muy importante
para nuestro crecimiento como personas. Cuando se vive instalado en el Reino de
Dios, la fe crea lazos más fuertes que los consanguíneos. Aprendamos a
sentirnos también familia de Jesús en un día como hoy.
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