4 Domingo Adviento - A from JoaquinIglesias
La concepción de
Jesucristo fue así: estando desposada María, su madre, con José, antes de que
conviviesen, se halló haber concebido María del Espíritu Santo. José, su
esposo, siendo justo, no quiso denunciarla y resolvió repudiarla en secreto.
Mientras reflexionaba sobre esto, he aquí que se le apareció un ángel en
sueños, y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu
esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo…
Mt 1, 18-24
La gracia de Dios
Después de la genealogía de Jesús, el evangelio de Mateo nos
relata cómo fue concebido Jesús. Es un capítulo que narra de qué manera Dios se
hace hombre, insertándose en el curso de la historia, en un lugar y un tiempo
concretos, y también en un linaje concreto.
Si la genealogía sirve para indicar que Dios se encarna en
la familia humana, una familia con nombres y rostros, muchos de ellos
pecadores, el relato de la concepción de Cristo nos revela su naturaleza
divina. María concibe por gracia el
Espíritu Santo. Es plenamente humano, pues es engendrado en el vientre de
una mujer; y es plenamente divino porque surge del mismo aliento sagrado de
Dios.
Mateo toma unas palabras del profeta Isaías (7, 14) que para
los judíos de su tiempo tenían un significado especial: la virgen está encinta y dará a luz un hijo, y se le pondrá por nombre
Emmanuel ―Dios-con-nosotros―. El nacimiento de ese niño, anunciado por el
profeta, significaba el inicio de una era de liberación para Israel, sometido
al poder de las potencias extranjeras. Del mismo modo, el nacimiento del hijo
de María, tal como lo presenta Mateo, marcará el inicio de una nueva era, el
advenimiento del Reino de Dios en el mundo.
Esta es la gracia de Dios: el regalo de su Hijo y el inicio
de su reino. Un reino que trae algo más que la liberación política. Jesús vino
a liberarnos de los grandes males que siempre acechan a la humanidad: la
esclavitud del pecado, del egoísmo, del dolor y de la muerte. ¿Cuál es la señal
de este reino? El mismo niño que nace, Emmanuel, Dios-con-nosotros. Si Dios
está en el mundo, el mundo comienza a ser ya nuevo reino.
La justicia de José
Pero la manera de obrar de Dios a menudo desconcierta a los
hombres. José, pobre, se queda abrumado cuando descubre que María está encinta
sin vivir todavía juntos. En su mentalidad judía tiene muy clara la ley: si es
adúltera, debe ser condenada. Pero el evangelista también dice que José era
justo. Y ser justo, en términos bíblicos, no es ser rigurosamente estricto con
la ley, sino bueno. Ser justo es parecerse a Dios, y Dios no es legalista, sino
magnánimo, compasivo, generoso.
Por eso José, entristecido, opta por repudiar a María en
secreto. De esta manera puede salvarla del castigo que, según la ley, era
terrible: la lapidación. Y salva, también, su reputación. Pero su decisión,
aunque revela su bondad hacia María, es la de un hombre ofuscado.
El mensajero
Y Dios envía un ángel. En los relatos bíblicos a menudo
aparecen ángeles que, en sueños, transmiten los mensajes de Dios a sus
elegidos. José, como tantos otros personajes del Antiguo Testamento, recibe una
revelación durante su sueño.
A partir de esa noche, entenderá que él también está llamado
a una misión, como María. Su cometido será el de padre terrenal del Hijo de
Dios. Y obedece fielmente lo que el ángel le manda, acogiendo a María en su
casa.
La puerta del cielo
Mateo, a diferencia de Lucas, nos habla muy poco de María.
Nada nos dice de su llamada, de su disposición, de su estado de ánimo, de su
reacción.
Tan solo nos dice, con palabras muy escuetas, que se halló haber concebido del Espíritu Santo.
¿Puede decirse algo tan grande con frase más sencilla y más breve?
Sin embargo, tras estas palabras podemos atisbar algo
enorme. María se halla, es decir, que
la concepción divina le viene como algo que nunca esperó, ni pidió. Es una
gracia, un regalo de Dios. Y, ¿quién puede recibir un don tan grande sino
alguien con el alma muy abierta?
Por otra parte, nos está diciendo que en el engendramiento,
físico y humano, de Jesús, interviene el Espíritu Santo. Podríamos decir que en
toda concepción humana, además de la intervención de los padres, hay un soplo
divino, que es el que otorga la vida y el alma.
Por último, vemos cómo Dios, que podría venir al mundo de
manera más espectacular y prodigiosa, o aparecer directamente como un rey o un
profeta adulto, elige pasar por todo el proceso de un hombre sencillo y
cualquiera. Su puerta de entrada a la tierra es el cuerpo y el vientre de una
mujer. Y llega a escondidas, de forma discreta y silenciosa. Esta es la forma
de actuar de Dios. Sin espectáculo, sin pompa, y totalmente comprometido, hasta
las últimas consecuencias. Dios nace como todos los niños del mundo y morirá,
también, como todo humano mortal. Cuán digna, cuán grande y bella será la
naturaleza humana cuando Dios mismo se encarna en ella.
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