En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” Jesús les respondió: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!”…
Mt 11, 2-11
La esperanza que cambia el mundo
La secuencia del Antiguo Testamento del profeta Isaías (Is
35, 1-10) es un canto a la belleza de la esperanza. El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la
estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría… Se
despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un
ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará… Son notas poéticas que anuncian
la llegada al mundo del Mesías. Su irrupción, como agua en el desierto, cambia
todas las cosas, dando nueva vida y sentido a la Creación.
El evangelio nos muestra cómo los discípulos de Juan acuden
a Jesús y le preguntan si él es el que ha de venir. La expectación llega a su
momento culminante: el Mesías está cerca. Por eso, en la liturgia de este
tercer domingo de Adviento, hay un componente de alegría y de fiesta ante la
venida del Señor. Los cristianos estamos llamados a vivir alegres porque esta
esperanza pronto se tornará en gozo.
La respuesta de Jesús a los discípulos de Juan recoge las
palabras del profeta Isaías: los ciegos
ven, los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los
muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Reino de Dios. La venida
del Señor revoluciona nuestra vida y transforma nuestro corazón. Si queremos, Dios
puede cambiar nuestra existencia y convertirla en un canto de esperanza.
Los ciegos ven
Cuántas personas no son ciegas y, sin embargo, no ven porque
no saben mirar y contemplar el mundo desde los ojos de Dios. Cuántas cosas
dejamos pasar de largo porque no sabemos atisbar esas manifestaciones de Dios
en la vida. Nos falta visión espiritual para captar la presencia de Dios a
nuestro alrededor. Qué susto más grande nos llevamos cuando perdemos un poco de
visión. Pero, ¿no es un espanto mucho mayor que el mundo deje de ver a Dios?
¿No es más temible que las gentes aparten la vista de su Creador? Sin embargo,
Dios puede abrirnos los ojos del alma.
Los sordos oyen
Igual sucede con los oídos. No sabemos oír la delicada
música de Dios en nuestra vida. Inmersos en tanto ruido, somos incapaces de
reconocer la melodía divina que impregna nuestra existencia. La venida del
Mesías puede lograrlo, desde el espíritu, aguzando nuestro oído interior.
Los cojos andan
Cuánta cojera vemos en el mundo. Estamos sanos y parecemos
inválidos. Podemos correr y nos quedamos quietos, paralizados. Tenemos miedo de
ir hacia los demás. Nos sentimos inseguros y nos cuesta hacer el esfuerzo para
desplazarnos hacia quien nos necesita. Cuánta gente vive parapléjica de alma,
teniendo los dos pies sanos. Dios puede despertar el entusiasmo del corazón
dormido y empujarnos a ir corriendo hacia él, que está presente en los demás. Cuando
corremos hacia Dios nuestra vida tiene sentido.
Los leprosos quedan limpios
Estamos manchados por la enfermedad del egoísmo. Nuestra
dermis espiritual está sucia por no dejar que el oxígeno de Dios llegue a todos
los rincones de nuestra vida. La misericordia de Dios y su capacidad de perdón
nos harán recuperar la transparencia y la nitidez. Lavados por el Bautismo,
quedamos limpios por la inmensa gracia de Dios.
A los pobres se les anuncia el evangelio
¡Qué alegría tan grande sentirnos receptores de este mensaje!
Somos privilegiados por recibir tan buena nueva. Nos convertimos en testigos de
una gran experiencia. Con esta noticia nuestras vidas cambian: la tristeza se
convierte en alegría, el desespero en esperanza, el odio en amor, la
desconfianza en fe.
Como cristianos, hemos de saber hacer pedagogía de la
esperanza. Jesús alaba a Juan como el mayor de los profetas, pues anuncia la
llegada del mismo Dios, hecho hombre. En cambio, sigue diciendo Jesús, en el
Reino de los Cielos, hasta el más pequeño es mayor que Juan el Bautista. ¿Por
qué? ¿Qué significan estas palabras?
Jesús está hablando de una vida nueva, donde los hombres y
mujeres llamados ya no son profetas, sino hijos de Dios. En el Reino, ya no son
mensajeros, sino testigos. No hablan de aquel que esperan y ha de venir, sino
del que ya habita entre ellos, de la presencia viva y palpitante que alienta en
todo su ser. Juan Bautista cierra una época: la del hombre esperanzado que
aguarda. Jesús inaugura una etapa nueva: la del hombre que ya vive en brazos de
Dios. Por eso dice: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan
limpios y los muertos resucitan. Porque Dios transforma y renueva la vida de
aquel que se deja penetrar por su amor.
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