5º Domingo de Pascua –A–
Jn 14, 1-12
Yo soy el camino, la
verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, también
conoceréis al Padre.”
No temáis
Esta lectura del evangelio debemos situarla en el contexto
de la última cena de Jesús con sus discípulos, antes de su pasión. Forma parte
del llamado discurso del adiós y, con estas palabras, Jesús se está despidiendo
de los suyos y dejándoles su legado espiritual.
“No tiemble vuestro corazón”, comienza diciendo. En los
momentos más difíciles, Jesús nos pide que seamos fieles y nos mantengamos
firmes. Él es la roca en la que se asientan nuestras convicciones. Nos pide
tener valor en medio de las adversidades.
Creed en mí
Y no sólo esto, sino que también nos pide que creamos:
“Creed en Dios, y creed también en mí”. Es en los momentos de dolor, de
sacrificio y de prueba, cuando más podemos profundizar en nuestra fe. Es
entonces cuando hemos de creer con más fuerza, y no porque Dios nos vaya a
rescatar del sufrimiento o del miedo, sino porque nos ama y siempre está a
nuestro lado. Sólo desde la fe podremos dar un sentido a todo cuanto nos
sucede.
“Creed en mí”, dice Jesús. Nos está hablando de su figura y
nos pide fidelidad total a su persona, como imagen viva del rostro de Dios.
Nuestra vida como cristianos pasa por esa adhesión a Cristo, vivida en el seno
de la Iglesia. Nuestra
fe no es una fe desencarnada en un Dios abstracto y puramente espíritu: creer
en él significa poner en Cristo nuestra esperanza, creer en sus palabras, en su
anuncio y en todo cuanto hizo. Pues “El
Padre, que permanece en mí, él mismo hace sus obras”. Jesús y el Padre son uno.
Dios nos reserva un lugar
“En casa de mi padre hay muchas estancias”, sigue Jesús. Su
deseo es llevarnos a todos hacia el Padre. Es el puente, el hermano mayor que
nos lleva de la mano. Y el Padre nos tiene ya reservado un lugar en su corazón,
junto a él. Pero, antes de llegar al cielo definitivo, los cristianos ya
tenemos un lugar: la Iglesia. Nuestro
hogar es la comunidad, la familia de Dios. Él desea ardientemente acogernos y la Iglesia en la tierra son
sus brazos, que se tienden a todos.
Buscando el camino
Tomás, el apóstol, duda y pregunta a Jesús. “Señor, ¿cómo
podemos saber el camino?”. Jesús le responde: “Yo soy el camino, la verdad y la
vida”.
Muchos cristianos, como Tomás, siguen buscando el camino.
Han nacido en una cultura cristiana, han vivido formando parte de la Iglesia , pero no
encuentran el camino. Como Felipe, han
estado con él y aún no lo ven. Jesús insiste: “Quien me ve a mí ve al Padre”.
Pero, a veces, nos cuesta abrir los ojos.
Los cristianos de hoy tenemos el deber de autoevangelizarnos
y recuperar nuestro norte. Si perdemos a Cristo como referencia y centro de
nuestra fe, hemos perdido el camino. La Iglesia nos lo señala continuamente, pero a
menudo nos perdemos en el laberinto del propio yo, en discusiones y
enfrentamientos inútiles.
Reflejar el rostro de Dios
Ver a Jesús es ver a Dios. Hoy, ver a la Iglesia es ver a Dios. Por
eso los cristianos hemos de reflejar ese rostro amoroso del Padre. Hemos de
ayudarnos y ayudar a otros a encontrar el camino. Tenemos un enorme potencial,
el don del Espíritu Santo, que nos capacita para recrear la vida de la fe.
“Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Jesús no es sólo un
guía: es el mismo camino, el único que nos lleva a Dios. Sus palabras, su
testimonio, su vida, nos conducen directamente al Padre. Observemos que Jesús
no dice que es “un” camino, sino “el” camino. Tampoco es una verdad, ni nos
dice que hay muchas verdades, sino “la” verdad, la única que ilumina nuestra
existencia y nos lleva a la felicidad auténtica. Y la vida de Jesús, que hemos
de reproducir los cristianos, es la vida que realmente vale la pena. Cada
cristiano es fuente de esa vida de Dios.
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