Vino Jesús de Nazaret,
de Galilea, y Juan le bautizó en el Jordán. Y al salir del agua, vio abrirse
los cielos y al Espíritu, descendiendo en forma de paloma, y posarse sobre él.
Y se oyó esta voz del cielo: Tú eres mi Hijo, el amado, en ti encuentro mi
alegría.
Mc 1, 7-11
Herederos y precursores
A la escena del bautismo
la preceden unas palabras llenas de humildad proclamadas por Juan Bautista.
Reconoce que el que viene detrás es más que él. Juan, abierto a la expectativa
mesiánica, dice de sí mismo que es sólo una luz. Ante la grandeza del Señor,
humildemente, se aparta. Ha preparado a su pueblo para este acontecimiento y
sabe retirarse oportunamente para que Jesús, ya maduro y adulto, inicie su
tarea ministerial.
Qué importante es saber
retirarse a tiempo para dejar que otros crezcan. Los padres respecto de sus
hijos, los profesores con sus alumnos, los políticos hacia sus ciudadanos…
Deben confiar en ellos.
Ante Dios, sólo somos
herramientas de un proyecto global. Unos y otros hemos de aprender a
precedernos para ir culminando su obra. Todos somos herederos de nuestra
cultura cristiana y hemos de pasar el relevo a nuestros sucesores para que
nuestra misión continúe en el mundo.
Jesús se consagra en el Jordán
El bautismo de Jesús es un
momento epifánico que manifiesta la gloria de Dios , revelada en Jesús. La escena en el
Jordán nos presenta a un Jesús adulto, lleno de una profunda convicción, unido
fuertemente a Dios Padre. Esos largos años en Nazaret, viviendo con su familia,
creciendo en el amor a Dios, han hecho de él un hombre lúcido y maduro,
preparado para su misión.
Jesús se siente hijo del
Padre. El sentimiento filial es necesario para impulsar su tarea misionera; esa
certeza tan fuerte llena su interior y le hace ver que ya ha llegado el momento
de salir a anunciar la buena nueva, recorriendo largos caminos para llevar a
los hombres la noticia de un Dios que es amor, y cuyo reino está muy cerca.
Jesús se lanza a su gran aventura. Después de un largo tiempo de soledad y
silencio ha llegado la hora de desvelar el rostro amoroso de Dios a los
hombres.
El bautismo de Jesús se
puede considerar como la toma de posesión de su cargo, de su misión. Debía
encomendarse a Dios antes de empezar y se sumerge en las aguas. Sabe que
sumergirse significa hundirse en la existencia pecadora del hombre y en su
propia muerte. El agua se convierte en el altar de su propio ofrecimiento. Para
el pueblo judío, adentrarse en las aguas significaba luchar contra el mal. Y
esto sería lo que haría Jesús en su tarea evangelizadora: conjurar al oleaje
del mal para abrirnos a la
gracia de Dios.
La Trinidad
resplandece
Y vio rasgarse el cielo. Esto tiene un profundo significado en la cultura
judía. El cielo se abre cuando Dios se comunica con su criatura. Se escucha una
voz, la voz de Dios Padre, y desciende su Espíritu como paloma. La Trinidad completa se cierne
sobre el Jordán. Padre y Espíritu Santo acompañan a Jesús en este momento de
consagración.
La voz recia del Padre
revela su predilección y su amor hacia Jesús. Refleja la especial sintonía con
su Hijo y su fe en él. De ahí que le confíe la misión de redimir al mundo.
El Espíritu Santo
desciende sobre él, como una paloma. Es la imposición de manos que Jesús
necesita, toda la fuerza de Dios para convertir su vida en un eco de la suave y
penetrante palabra de Dios. Esa suavidad, como agitarse de alas, es la que
permitirá que su mensaje cale en los corazones que buscan, hambrientos de Dios.
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