4 domingo ordinario - B from Joaquin Iglesias
Entraron después en
Cafarnaúm, y Jesús comenzó en los sábados a enseñar al pueblo en la sinagoga. Y
estaban asombrados de su doctrina, porque su modo de enseñar era como de
persona que tiene autoridad, y no como los escribas.
Mc 1, 21-28
La coherencia otorga autoridad
Jesús predicaba
recorriendo lugares, pueblos y caminos, dirigiéndose a las gentes allí por
donde pasaba. Como rabino, Jesús también solía ir a la sinagoga a escuchar la
lectura de la Torá, la palabra de Dios.
La narración de hoy
recoge el carisma especial de Jesús. Era un gran comunicador que llegaba a la
gente, tocando su corazón. No dejaba indiferente a nadie. Pero, especialmente,
Jesús tenía un don que todos cuantos le escuchaban reconocían: la capacidad de
convicción. Muchos admiraban su autoridad. ¿Por qué?
El discurso de Jesús era
claro y rotundo porque hablaba de aquello que sentía y experimentaba. Su enorme
claridad pedagógica se nutría en su rica experiencia de Dios. En Jesús no se
daba fisura alguna entre aquello que decía y vivía; no había contradicción
entre sus palabras y su vida, pues tenía una profunda sintonía con Dios. De
aquí que todos alabaran su autoridad. En ella reconocían la autenticidad y la
coherencia de su mensaje. Jesús predicaba con ardor lo que vivía, así es como
lograba penetrar en los corazones de quienes lo escuchaban.
Ante la autoridad, los espíritus inmundos huyen
El evangelio sigue
relatando cómo en la sinagoga había un hombre poseído por un espíritu inmundo,
que se enfrenta a Jesús. En estas personas, atacadas por fuerzas diabólicas,
podemos ver la aparente fuerza del mal, que despierta reacciones violentas e
iracundas en las personas. Una de las armas del maligno es, precisamente,
lograr que el hombre se enfrente a Dios y rechace su bondad. Así, el hombre
poseído increpa a Jesús y lo acusa de causar su perdición.
También hoy se dan
actitudes de rechazo radical a Dios y se tiende a culpar a las religiones, en
especial al Cristianismo, de muchos males que aquejan a la sociedad. Se difunde
una imagen de Dios muy errada, presentándolo como un juez tirano que condena a
la humanidad.
Ante el estallido de
furia, Jesús responde con rotundidad: Enmudece.
¡Calla! El mal se rinde y abandona inmediatamente al hombre poseído porque nada
puede vencer la fuerza de Dios. La intervención contundente de Jesús nos
muestra que el amor es mucho más poderoso que las fuerzas del mal. En ocasiones
debe mostrarse enérgico y radical. Jesús, que vive lleno de Dios, puede hablar
con el vigor y la autoridad necesarios para expulsar a los demonios.
Así mismo, los cristianos
de hoy no hemos de vacilar ante el acoso del mal. No podemos acobardarnos y
rendirnos. Pero nuestra lucha ha de ser humilde y confiada en Dios. No somos
fuertes, sino débiles, y nuestra naturaleza puede caer fácilmente. Pero
contamos con la fuerza del Padre, que nos sostiene y nos insufla su Espíritu.
Si pretendemos trabajar para aliviar los sufrimientos y problemas que sufre el
mundo, necesitamos contar con él. Con nuestras fuerzas solas no podremos
vencer. Pero, en cambio, el mal huirá ante la luz y la fuerza arrebatadora del
amor de Dios.
Una doctrina nueva
Esa autenticidad de
Jesús, la estrecha unión entre sus palabras y su vida, es la que confiere a su
mensaje una novedad fresca que asombra a sus contemporáneos. No se trata de la
doctrina de los escribas o los maestros de la Ley , que repiten y propagan lo que está escrito
en los libros sagrados. Jesús no habla de promesas, sino de una realidad
actual, de un Dios cercano, de un reino de los cielos que ya está entre
nosotros. En realidad, Jesús se está mostrando a sí mismo como la auténtica
palabra de Dios. Él es el núcleo de su mismo mensaje: Dios ya está en medio del
mundo, cohabitando con nosotros. Si le hacemos lugar en nuestras vidas, su amor
reinará y transformará nuestra existencia.
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