Hoy celebramos el día de la Sagrada Familia.
Yo diría que el gran reto del mundo postmoderno, inmerso en la cultura digital,
es este: ¿dónde situamos a la familia? Estamos creciendo exponencialmente en el
aspecto tecnológico, pero no solo hemos de crecer hacia fuera, en el sentido
intelectual o racional, hemos de crecer también hacia nuestro interior.
La familia, base de la sociedad
Para el cristiano podríamos decir que la familia es el
primer santuario. Una pequeña eclesiola,
como diría Juan XXIII. Una célula pequeñita de Iglesia en medio de la sociedad,
que contiene en sí la potencia inmensa del amor de Dios.
En estos últimos tiempos se le ha dado poca importancia a
la familia. Y en ella podríamos decir que nos estamos jugando el futuro de la
sociedad. Sin una familia estable, donde realmente se viva ese hogar de cielo, que
sea capaz de desafiar los antivalores de las modas, de las ideologías, etc., la
sociedad se irá deteriorando, porque en la familia se aguanta todo el futuro de
la cultura y de la humanidad.
El ejemplo de Nazaret
La liturgia de hoy nos presenta a la familia de Nazaret: una
familia humilde, sencilla, buena, que no hace grande cosas; simplemente vive allí,
en su aldea, ocupándose de las tareas domésticas con absoluta normalidad. Sin
embargo, hay algo muy potente en ella: ese amor tan grande que sienten José y
María hacia el Señor.
El evangelio de hoy tiene enormes consecuencias
pastorales, sicológicas y pedagógicas. Fijaos qué hacen María y José con el
Niño. Como buenos judíos educados en la ley de Moisés ofrecen al niño al Señor.
Evidentemente, ya saben que ese niño es Hijo de Dios y que Dios ya lo ha
consagrado como hijo predilecto. Pero hacen el gesto de desprenderse del niño,
de presentarlo, de ofrecerlo.
Qué importante es que las parejas ofrezcáis vuestros hijos
a Dios y a la Iglesia. El
primer signo es el bautismo. No podemos saber qué dirección tomará esta
criatura en el futuro. Lo importante es educarla en la libertad para que descubra
el amor de Dios y aprenda a ser persona. La familia es la primera escuela de la
sociedad. Ahí es donde los niños aprenderán lo que quizás en las universidades,
manipuladas ideológicamente, no les van a enseñar.
Los padres cristianos tenéis una gran responsabilidad. Ese
hijo será lo que Dios quiera, pero vosotros tenéis que poner los cimientos, las
bases necesarias para que llegue a ser buena persona, capaz de comprometerse y
sacar lo mejor que tenga para ofrecerlo a la vida y a la sociedad.
Dicen algunos psicólogos y sociólogos que hoy, en el siglo XXI, la familia
está en crisis. Habría que ver por qué lo dicen. Se apunta a la diferencia
generacional que dificulta la convivencia entre los miembros de la familia. La
distancia en el lenguaje, la experiencia, la comprensión de nuestro mundo, crea
una grieta. Es una pena, porque una familia fragmentada, agrieta de raíz la
sociedad.
¿A quién tenemos que mirar los cristianos? A Jesús, a María y a José. Hemos
de mirarnos en el espejo de esta familia de Nazaret. Ellos nos enseñan la
capacidad de amor, de sacrificio, de renuncia, de comprensión, de asumir el
dolor con un diálogo pacífico, de saber que somos humanos, volubles, y que
tenemos que conquistarnos día a día. Sin este esfuerzo cotidiano la pequeña eclesiola que es la familia difícilmente
se proyectará y será un signo de evangelización en un mundo decaído y apático.
Los valores en familia
Por tanto, si creemos de verdad en la familia, comencemos haciendo de ella
una experiencia que de verdad sea enriquecedora. ¿Cómo? Con algo tan sencillo
como dicen los psicólogos: con calidez humana, ternura y comprensión. Hasta los
niños pequeños, desde su misma concepción, y mientras son bebés, detectan cuándo
los papás se quieren y cuándo no. Es importantísimo que los padres transpiren
alegría, amor, cariño, porque lo que motiva la fecundidad es el amor apasionado
que se tienen el esposo y la esposa.
No puede ser que un niño se convierta en un problema para la pareja. Si el
niño se siente amado y protegido, si su rol dentro de la familia está bien
establecido, sacará todo el potencial de bondad que tiene. Los padres os
convertís en los primeros educadores de vuestros hijos. En las escuelas y en
las universidades les enseñarán las claves de las matemáticas, de la geografía
o de la historia; pero enseñar a un niño a ponerse en pie, a descubrir el valor
del respeto a la persona, a los ancianos, la importancia del diálogo y la
comunicación, todo esto se lo vais a enseñar vosotros. Estos grandes valores se
contraponen con la cultura consumista y competitiva que nos lleva a querer tenerlo
todo. Esto produce una especie de paranoia y de lucha interna entre lo que
quiero ser y lo que soy. Sin embargo, cuántas veces se tiene todo desde fuera y
no se posee nada adentro.
Explicar a los niños el sentido de la Navidad
¿Dónde se empiezan a poner los cimientos de la educación? Podemos empezar,
estos días, con algo tan básico como hablar a los niños de los regalos de la Navidad. Es importante
explicar a los niños el sentido último de esta fiesta: el misterio de la Navidad es un Dios que se
hace niño. No reduzcamos estos días a un sinfín de compras y encuentros
marcados por el gasto. No convirtamos una fiesta eminentemente religiosa en una
fiesta civil, de culto al consumismo. ¡No podemos tolerar que las leyes del
mercado nos saquen a Dios de esta manera!
Esto no quiere decir que compartir y el regalar cosas no sea bueno, pero
hay que darle un sentido trascendente. Lo más importante de un regalo no es la
parte material sino aquello que quiere expresar: amor, agradecimiento, un
ofrecerse.
Los teólogos, los que estamos en la brecha del pensamiento cristiano,
tenemos que hacer una nueva teología del regalo. Esto empieza en la teología del
dar gracias. Reconozcamos que todo lo que tenemos es un don de Dios, regalo de
Dios. A los niños tenemos que enseñarles que el sol es maravilloso, que las
noches estrelladas son preciosas. ¿Quién nos lo regala? ¿Quién es el Creador de
todo? Además, Dios nos ha dado la vida, unos padres, lo que tenemos, poco o
mucho. Con esto hemos de conseguir que los niños entiendan el sentido
trascendente del regalo y de la gracia.
Ojalá que estos días, hasta Reyes, meditemos. No sigamos tontamente el
juego del consumismo. Seamos capaces de tener una personalidad cristiana. Que
significará, a veces, ir a contracorriente de los criterios civiles, políticos y
comerciales. Si realmente queremos ser cristianos liberados, adultos, no niños
manipulados ni sometidos, sino realmente libres, tenemos que ser capaces de
romper con estos modelos sociales que están penetrando en nuestra cultura
occidental cristiana.
Ojalá que esta fiesta de la Sagrada
Familia de Nazaret nos ayude con humildad, con sencillez, con
alegría, con un profundo sentido de trascendencia, a vivir plenamente lo que
significa el misterio de la
Navidad. Así sea.
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